Lo sientes

Miedo a la muerte. Miedo al abandono. Miedo a la soledad, al futuro, a lo incierto, al desamor, a lo desconocido, al frío, al calor, a los recuerdos, al odio, al rencor, a la venganza, al desamparo, a la ansiedad, a la depresión, al desorden, al caos, al ayer, al mañana, al qué será, al qué pudo haber sido, a equivocarte, a la indecisión, al desarraigo, al dolor, al frío, al sueño. Miedo a la calle desierta.

Vas andando. Es de noche. Suenan tus pasos. Uno, dos… giras la cabeza. Miras hacia atrás. Lo ves. La ves. Es una sombra. Se mueve. Aceleras el paso. Te giras de nuevo: ves la sombra. Está detrás. Te mueves, se mueve. La ves, la sientes.

Tragas saliva. Notas el sabor. El sabor del miedo. Del temor a lo que podría pasar. El sabor a la adrenalina que tu cuerpo descarga para poder estar alerta… Pero hay sabores mucho mejores en tu memoria. El sabor de la primera loncha de jamón en una recepción de una boda. El sabor al primer trago de vino. El sabor a palmera de chocolate en una tarde de invierno al lado de la estufa. El sabor a helado Superchoc en la piscina con 8 años. El sabor a peta zetas en una tarde de agosto en la playa. El sabor del primer trago del refresco que compras camino de la piscina en julio. El sabor de una cerveza bien tirada. El sabor a sal del mar en tu primer baño.

La oyes. Las oyes. Las ves a lo lejos. Una, dos… gaviotas. Sobrevolando las cabezas de los bañistas. Se oyen las olas rompiendo contra la arena mojada que se hunde bajo tus pies. Oyes al niño haciendo castillos de arena con su cubo nuevo. Oyes al heladero que pasa con su carrito con una promesa de alivio de calor en la tarde de verano. Oyes al bebé que llora en su primer baño. Oyes a la madre primeriza que grita tras esos gemelos que se escapan. Oyes los gritos del grupo de chicas a las que les salpican agua helada sus amigos. Oyes el balón, oyes los golpes secos que le dan al balón los chicos que juegan en la orilla. Oyes al perro que corre valiente hacia las olas para volver a morderlas seguido de un dueño desesperado por entrenarlo a no beber agua salada (siempre sin éxito). Rompe una ola. Todos gritan. La oyes.

La hueles. Hueles la sal, el mar, la arena, las gaviotas. El olor del mar te transporta. Olor a campo. Olor a césped recién cortado. Olor a rosas en primavera. Olor a persona saliendo de la ducha. Olor a crema corporal. Olor a colonia de vainilla. Olor a perfume de jazmín. Olor a desodorante de fresa. Olor a ropa recién lavada. Olor a sábanas limpias. Olor a pelo mojado. Olor a polvos de talco. Olor a sandía. Olor a playa.

Rozas el mar con la yema de los dedos, lo tocas. Tocas las olas. Tocas un alga. Te zambulles… tocas la arena del fondo. Tocas una concha. Sales a coger aire, te tocas el pelo. Te tocas el bañador. Nadas hacia la boya del fondo. Tocas suavemente las olas. Tocas algo suave… ¿un pez? ¿Una medusa? Una, dos… brazadas. Llegas a la boya, la tocas. Das la vuelta. Tocas algo áspero… ¿un pez? ¿Una medusa? Sales poco a poco, con cuidado de que las olas no te hagan llegar antes de tiempo a la toalla. Tocas la toalla, la usas para secarte. Uno, dos… parpadeas. Estás llegando a casa, sigue siendo de noche, sigue estando la sombra. Metes la mano en el bolsillo. Tocas las llaves. Tocas la puerta. Uno, dos… los pasos que se acercan. Tocas la cerradura, encajas la llave. Entras en casa. Uno, dos… respiras profundamente.

Dejas atrás el miedo a la calle desierta. A la sombra, a los pasos, al vacío, a lo desconocido, al peligro, a lo oscuro, a lo inesperado, a lo que podría haber sido, a lo que ya no será. Miedo a lo que escapa a tu control. Miedo a lo que ves, a lo que no ves. Miedo a lo que saboreas, a los sabores de la memoria. Miedo a lo que oyes, a lo que crees oír. Miedo a lo que tocas o crees tocar. Lo sientes.