Roto

Para los japoneses existe una forma de vida que se centra en la búsqueda de la belleza en las imperfecciones del día a día, en aceptar el ciclo natural de la decadencia. Es lo que ellos llaman wabi-sabi. Es decir, que desde su perspectiva, todo aquello que te marca, te agrieta o te lesiona es una parte natural de lo que llamamos vivir.

Tan arraigado se encuentra este concepto en su cultura, que a la hora de reparar vasijas y demás objetos que se hayan podido agrietar o romper, usan polvo de oro. Esta técnica, kintsugi, se encarga de reparar esos objetos embelleciendo sus imperfecciones y no escondiéndolas. En ningún momento se plantean el tirar el objeto o en intentar devolverlo a su estado original. Es tan relevante esa marca que quieren realzarla añadiendo oro o plata, de manera que el objeto luzca orgulloso su magulladura.

¿Por qué no somos capaces de ver la vida de esa manera en occidente? Si algo se rompe, lo tiras. Si un regalo no te gusta, lo cambias. Si esa prenda tiene dos años, la donas. Si tienes una cicatriz, la escondes. ¿Por qué escondes tus magulladuras? ¿Por qué intentas sonreír cuando te apetece llorar? ¿Por qué quieres mostrar al mundo una alegría que no sientes? ¿Por qué te haces el fuerte cuando en realidad eres vulnerable? ¿Por qué fingir entereza cuando estás roto?

Gran parte de la belleza de la vida es que es total y absolutamente impredecible, como las personas. Y lo que hoy te hace feliz, mañana te puede llevar a un abismo de lágrimas sinfín. Y quienes te vitoreaban podrán despreciarte. Igual que un trabajo mediocre puede dar lugar a tu gran oportunidad laboral. Una enfermedad te puede hacer descubrir una fortaleza en ti que desconocías. Un problema te puede desvelar a un gran amigo que no sabías que sería tu punto de apoyo. Un mal fin de fiesta te puede llevar a una mañana espectacular en la que el deporte que has podido hacer te libera las endorfinas que no te daría todo el alcohol de la fiesta de la que te fuiste. Un baño en el mar helado te puede llevar a una paz mental inusitada y que desconocías que necesitabas.

Somos vulnerables, torpes, indecisos, débiles, inseguros, frágiles, rencorosos, orgullosos… imperfectos. Somos humanos. Y escondemos todos esos rasgos porque los consideramos defectos de los que avergonzarnos, sin saber que en realidad es algo que todos compartimos y que demuestran que estamos vivos. Y que esconder tus heridas no las ayuda a cicatrizar, sino más bien lo contrario. Son tus heridas de guerra, las que te recuerdan que fuiste y saliste victorioso. De acuerdo, no sin un rasguño, pero estás aquí para contarlo y eso es extremadamente positivo.

Haz una pequeña labor de auto-observación, busca esas grietas que cargas cual vasija japonesa y disponte a rellenarlas de polvo de oro. Porque a partir de ahora vas a no negarlas al mundo, empezando por aceptarlas tú mismo. No eres perfecto, y no lo necesitas. Estás vivo y es lo que importa. Aprende a lucir tus recuerdos con el pleno convencimiento de que ellos son lo que te hacen tú, lo que te moldea y te ayuda a seguir dando pasos en la dirección correcta.

Estás roto, sí, ¿y qué?