Diciembre

Me gusta diciembre. Me gustas, diciembre.

Puede que siempre influyera el que sea el mes de mi nacimiento, y desde muy pequeña me encantaba celebrar mi cumpleaños. Aún recuerdo la gran piñata con mis amigos saltando como locos para poder pillar regalos. Y yo, en mi timidez habitual, mirando desde un discreto segundo plano. Menos mal que estaba mi madre (santas que son, las madres) y me había guardado algunas cosillas para que no me quedara sin nada.

Y los regalos, madre mía. Abrir los paquetes, miles de paquetes. Siempre con mucho cuidado, lentamente, para no romper el papel y poder guardarlo de recuerdo. Eso es algo que suele exasperar a los que observan, que jalean: «¡Corre! ¡Rompe el papel! ¡Ábrelo ya!». No os dejéis, os digo a los que seáis de mi equipo (el de los abredores lentos de regalos). Habéis llegado a la edad que tengáis con ese método preciso de retrasar el placer y no hay ningún motivo por el que tengáis que cambiar ahora. Disfrutad del momento, dedicadle el tiempo que se merece a abrir ese regalo… Porque la persona que lo envolvió lo hacía con toda su ilusión y merece esos minutos que le brindas como agradecimiento al detalle de haber pensado en ti.

Pero es que… en nada se plantaba la Navidad. ¡Ay, la Navidad! Con sus adornos, sus calles llenas de luces de colores, sus escaparates coloridos, los villancicos que suenan de fondo por las calles del centro. El abrigo, la bufanda, los guantes. La sensación de abrazo interno que da tomarse un chocolate caliente cuando fuera está helando. La felicidad de planear los belenes que vas a visitar y la gente con la que vas a ir haciendo la ruta.

¿Y regalar? No me digas que eso no es maravilloso. Pensar en alguien, recordar esas cosas que le llamaban la atención durante el año, ir a buscarlas. Conseguirlas, conseguir papel precioso, envolverlo todo, ponerle una bolsa aún más bonita. Pensar en su cara de felicidad cuando lo vea, se sorprenda, lo abra, le enternezca saber que estabas pendiente escuchando cuando mencionaba que algo le había encantado pero no se lo podía permitir.

No queden atrás las felicitaciones. Esas tarjetas navideñas que se envían año tras año. Haz el listado, saca tu agenda, comprueba que tienes todas las direcciones bien. Por una vez, siéntate en una mesa, coge bolis de colores, escribe. ¡Escribe! No mandes nada con el móvil, recupera el bello arte de escribir a mano. ¿Letra fea? No te preocupes, nadie te pide que lo hagas con la precisión de un calígrafo japonés. Se busca el gesto de dedicarle a alguien unas bellas palabras al menos una vez al año y hacerle saber que te importa, que ocupa un lugar especial en tu corazón, que eres una de esas personas que aportan calidad de la buena a su vida. Y vete al buzón luego. Eso es, un buzón de los de siempre. Y no le digas nada. Y espera, espera a que le llegue y que se sorprenda y te llame.

Y las fiestas, claro. Las maravillosas fiestas con familia cercana y amigos de toda la vida. La ocasión perfecta para reencontrarte con gente a la que no sueles ver pero que ahora no va a negarse a esa quedada anual. Busca sitios, júntate, oye villancicos, ríe, canta, abraza, quiere y sé feliz. Cocina, tira la basura de postre que has hecho a la basura, pártete de risa porque el pastel que teníais está congelado, ahógate tomando las uvas, di como cada año: «el año que viene las compramos sin pepitas».

Pon la tele y vigila a ver cuál es el primer anuncio del año. Y trágate las actuaciones de los de siempre (Alaska, Marta Sánchez, Raphael) en el programa de refritos de cada año. Haz del día 1 ese primer día desértico del año en el que nunca ves amanecer (salvo que te pille de fiesta) y que parece que empiece a las 3 de la tarde. Bromea con tu amiga sobre el Concierto de Año Nuevo y cántalo dando palmas. Y ponte a pensar en los Reyes, en la cabalgata, en los caramelos que se recogen con ansia como si nunca hubieras tomado uno. Y en el roscón, con nata dentro. Con fruta escarchada de la que todo el mundo se queja, con un regalo que puede que tampoco pilles este año. Y duerme poco esa noche, con la ilusión de tus regalos o los ajenos, pero duerme poco. Porque la noche del 5 se hizo para pasarla durmiendo de muy poco.

Y disfruta. Ríe, canta, baila, bebe, come, llora, abraza, peléate, reconcíliate, haz regalos, recibe regalos, duerme poco un día, duerme demasiado otro, olvídate de la rutina… Vive.

Que el mes de diciembre te trate tan bien como a mí y que el Año Nuevo te pille como debe ser: durmiendo.

¡Felices Fiestas!

Brunetina y las vacas

Pues, así a lo tonto, a Brunetina se le echan encima las vacaciones de navidad. Parece que fue ayer cuando cogió el teclado para escribir su primer post y ahora… ¡se acaba el año!

Se suceden las comidas, los encuentros con amigos de la toda la vida, la visita de familia que vive lejos, las llamadas de gente a la que se ve poco durante el año. Es el momento en el que todos quieren un trocito de una, y una quiere poder estar con todos.

Es tiempo de reencuentros, de celebrar, de dar cariño y de recibirlo. La agenda se llena de comilonas, de encuentros en los que sales con alguna copa de más y una indigestión totalmente planeada.

Se acerca el día de ponerse a preparar las uvas, de tararear la canción de Mecano mientras oyes la tele de fondo y piensas en que lo más probable es que se te atragante alguna uva, como todos los años, y acabes sin poder seguir las campanadas como Dios manda.

Y se avecina peligrosamente la noche de Reyes, la ilusión de la cabalgata y la emoción de regalar y de abrir tus propios regalos.

Por eso y por todo más, Brunetina necesita unas vacaciones. Unos días para poder reponerse, ver a todos los queridos y añorados y llenar el buche.

Os desea que tengáis las mejores navidades posibles, que os quieran y os hagan reír a carcajadas. Que os den abrazos de esos que cortan la respiración y regalos de los que te hacen brillar los ojos. Que las navidades sean la antesala del mejor de los años. Que el año nuevo traiga salud, dinero y amor – que son las tres cosas que hay en la vida. Y que en 2017 nos veamos de nuevo, vía blog, para seguir contando tonterías de las nuestras. Gracias por todo.

Nos vemos la semana del 9 de enero.

¡FELIZ NAVIDAD!

¡FELIZ 2017!

La Navidad

Me dispongo a escribir este post y veo que en la numeración de artículos guardados desde el primero que publiqué en Fluttering Thoughts, este viene a ser el 24. Es decir, el día de Nochebuena. ¿Casualidad? Quizás serendipia o una señal del destino. Depende de las creencias particulares de cada uno. Pero al menos podrán concederme el que es una casualidad simpática – y eso no me lo puede negar nadie.

Se acercan peligrosamente esas fechas: las que tantos admiradores y detractores tienen. El tiempo de ver las calles llenas de adornos, luces alumbrando las compras, bolsas en tonos rojos, jerséis feos heredados de la costumbre anglosajona. Y hay quienes detestan esta época – quizás no sin razón. El grinch que todos llevamos dentro se rebela ante este consumismo desenfrenado, los atascos en las carreteras, el ansia de querer comprar todo lo que está en las estanterías, la necesidad de quedar con personas que no ves en todo el año, los compromisos, los regalos impuestos, las presiones, los gastos excesivos, las prisas, los agobios.

Pero la Navidad, la real, su esencia… es otra. Es hacerte una lista de tus villancicos preferidos y oírlos mientras paseas por la calle. O ponértelos de camino al trabajo y sentir que te invade el espíritu navideño, que la mueca de sufrimiento se te convierte en un principio de sonrisa, que los problemas ya no lo son tanto si te acuerdas de los villancicos en familia, los abrazos, las risas. Es estar un mes antes de la fecha señalada pensando en cómo decorar la casa, e ir calculando dónde irá el árbol, en qué sitio quedará mejor el belén, si la flor de pascua está bien al lado del reno o tiene más sentido ponerla junto a la estrella con purpurina. Es pasear por las calles viendo todas las luces, los adornos, la magia. Es ir a hacer la ruta de los belenes, quedarte mirando cada pieza, cada escena, cada decorado con todo tipo de detalles. Es querer hacerte una foto en cada árbol gigante que ves en una plaza o en una esquina.

El espíritu navideño te lleva a acordarte de todas esas personas a las que quieres pero que, por tener lejos, no puedes ver tanto durante el año. Es pensar en ellas y sonreír sabiendo que al fin van a cuadrar las agendas. Es llamarlas y charlar con ellas como si el tiempo no hubiera pasado. Y concretar un día y una hora para veros. Con vuestras mejores galas y la mayor de las alegrías, sin mirar el reloj, poniéndoos al día de todo lo que os pasado durante los meses anteriores: lo bueno y lo malo, por supuesto. Y ser capaces de consolar al otro, de darle el abrazo añorado, de demostrarle el cariño que le tienes al fin. Poder darle un regalo y ver su felicidad al abrir el paquete. Es decirle lo que significa para ti pero que durante el año parece que te dé vergüenza hacerlo. Es desearle lo mejor en el año que entra y querer, de corazón, poder vivirlo juntos, poder verlo, poder compartir lo que venga, para bien o para mal.

Son las fiestas de hacer regalos, pero no por compromiso, sino porque al fin tienes una excusa para ir de tienda en tienda buscando cosas bonitas para la gente más importante de tu vida. Por fin es el momento de colmar de regalos a tus seres más importantes, da igual que sean familia o amigos, lo que cuenta es que son prolongaciones de tu persona. Y te animas a escribir tarjetas felicitando las fiestas… ¡con un boli! Como en los viejos tiempos – nada de vídeos por chat. No, te sientas y le escribes una tarjeta a cada persona, a cada trocito de ti que merece abrir el buzón un día y no ver facturas, sino un sobre navideño que contiene mucho amor, purpurina, angelitos.

Es la ocasión de planear encuentros en fechas especiales, de decidir dónde cenas el 24, dónde comes el 25, cómo te tomarás las uvas. ¡Y de pensar en los modelitos! Tienes que ir cuadrando lo que te irás poniendo en cada uno de esos encuentros. Desempolvas les lentejuelas, rebuscas entre tus tacones de vértigo, revisas las plumas y las pieles. Piensas en recogidos (¿quizás una visita a la peluquería?), en lazos para el pelo, en barras de labios rojo pasión, en uñas con manicura especial.

¡Hay que celebrar! Comer, brindar, saltar, bailar, querer, abrazar y besar. Dar gracias por lo que tenemos y recordar lo que hemos perdido. Ser un poco benevolentes con nosotros mismos: deja ya de pensar en si ese pantalón te queda bien… llevas todo el año trabajando, cumpliendo, pagando facturas, siendo un ciudadano ejemplar. Es el momento de darte un respiro y de olvidar tanta norma. De alegrarse por seguir aquí un año más, por tener con quién salir a cantar, a reír, a llorar… o compartir la resaca. Lo que sea. Recuerda: siempre hay motivos para bailar. Después de la tormenta sale el sol. Y, total, cuando te caes… vuelves a levantarte. Mañana será otro día. Ponte guapo, o guapa, sal y disfruta. Porque este regalo que es la vida ocurre una sola vez. Y cuando tengas 120 años (o más) pensarás que pasó en un suspiro. Y no te arrepentirás de lo que hiciste, sino de lo que dejaste pasar por pereza o miedo o el qué dirán. Quiere y te querrán. Regala y disfruta viendo la cara de alegría de quien reciba tu sorpresa. Da gracias, reparte alegría… y harás del mundo un lugar mejor sólo con tu presencia. Deja de exigirte tanto: lo estás haciendo muy, pero que muy, bien. Lo estás bordando – no me lo discutas.

Corre: sal a disfrutar de lo que te ofrece el mundo. Pero recuerda poner los zapatos a la vista y acostarte temprano el día 5, que si no, no pasan los Reyes por tu casa (o te dejan carbón).

Mis mejores deseos en estas fechas: ¡FELIZ NAVIDAD!

Brunetina y el anuncio

Estaba Brunetina tumbada en el sofá viendo la tele y, como quien no quiere la cosa, se vio el nuevo anuncio de la lotería de navidad. Le puso atención, por aquello de que todos los años da que hablar, pero no se pudo sentir más decepcionada. ¿Están seguros de que eso es lo mejor que podían haber hecho?

Tradicionalmente se trataba de un anuncio que apelaba a la patata y que conseguía emocionar a todos. Consiguieron que se nos olvidara el famoso «calvo» haciendo otros anuncios tiernos o simpáticos. Pero quizás el querer estirar tanto la cuerda haya hecho que se rompa.

Este año ponen a una señora de avanzada edad que, según empieza el anuncio, está preparándole al nieto el desayuno. ¿Es el nieto un niño pequeño que no sepa hacerse un Cola Cao? No, señores, es un niño ya mayorcito que bien podría encargarse de hacerle él el desayuno a su abuela – si es que tiene algo de modales, que se ve que no va sobrado. Tan impresentable es que permanece en el sofá cuando ella le trae la bandeja, no da ni las gracias y sigue enfrascado en cualquier conversación estúpida que esté manteniendo vía móvil. Que todos tenemos cierta adicción a los chats y redes sociales, pero sabemos soltar la maquinita cuando nuestra abuela está dejándose los riñones preparando comida que ni necesitamos, ni hemos pagado, ni nos merecemos. Un mínimo de vergüenza torera, por favor. Vaya imagen damos presentando a un joven con esas formas.

No contentos con el inútil del nieto… Se ve que los que preparaban el anuncio (o decidían en qué se invertía dinero estas navidades), cogen el bote de Cola Cao pero le quitan la pegatina. Parece que no había dinero para pagar por poner ese bote en el anuncio – se ve que tienen otros gastos más importantes (quizás no en marketing o publicidad, porque el anuncio les ha quedado para llorar… pero de la pena que da cuando se ve esa birria).

Una vez que superamos el shock del inútil de metro ochenta y la señora esclava que es su abuela, se dirige ella hacia la tele para ver que le ha tocado. Obviamente, no ha sido así – la pobre mujer se ha confundido con el sorteo del año pasado y no sabe ni en el día que vive. Y el simpático del nieto no la saca de su error. ¿Para qué? Si es una vieja chocha y a nadie le importa lo que piense. Y en esa línea de pensamiento tenemos a todos los que participan de la pantomima, guardia civil incluida. Todo el maldito pueblo riéndose en la cara de una pobre señora que cree que le ha tocado la lotería.

Existen dos opciones para que la señora se equivocara: o parece demencia senil o, simplemente, tiene la torrija en todo lo alto. Y no sé si es más hiriente reírse de un demente o de una persona totalmente despistada por culpa de su edad. Porque en este país que ha adoptado la corrección política anglosajona no se puede decir nada de aquellos que no sean como la mayoría – por religión, costumbres o habilidades mentales o físicas – pero se puede uno pitorrear de la gente mayor porque se les tiene cero respeto. No le faltes al borderline, pero trata como idiota a una muer de 80 años. Claro que sí.

Nosotros, que tan modernos nos creemos, que tan internacionales nos vemos, que tan liberados estamos… somos los mismos de la época del destape y no tenemos la más mínima idea de lo que es la clase, el buen gusto o el respeto. Y por eso nos hacen un anuncio que es una verdadera basura y lo aplaudimos (muchos, a lo mejor otra gente también se saca los ojos con la cucharilla del café cada vez que se topa con semejante aberración). No es tierno, no es amable y no es bonito. Engañar a una señora por el simple hecho de que es mayor… es tratarla como si fuera tonta y no supiera lo que hace. Y ese final en el que el hijo va a hablar y ella lo calla, que te deja pensando que ella lo sabe pero finge por ellos… tampoco es bonito. Porque los ve más tontos que a sí misma, y no habla por no cortarles el rollo.

Querer a alguien no es mentirle ni reírle las gracias, sobre todo cuando eso implica que uno haga el ridículo delante de todo el dichoso pueblo. Querer a tu abuela es no dejar que sea tu esclava sino darle un beso y un abrazo cuando te hace el desayuno. Querer a tu madre es no dejarla que vaya de vecina en vecina haciendo el más espantoso de los ridículos. Quererla es decirle que no, que se ha equivocado, que vaya pena, que ojalá nos toque. Y decirle que te la llevas de comilona a ella y a toda la familia como premio, para festejar que la quieres y que os tenéis los unos a los otros. Y que a lo mejor al día siguiente podéis cantar que os ha tocado, si es que os toca. Pero que, por ahora, tenéis lo único que no se compra con dinero: el amor.

Respetar al público es hacer un anuncio de calidad, con buenos actores, con una historia bonita y emocionante. No buscar la lágrima fácil y no tirar de estereotipos manidos de posguerra. Querer a tu público es ofrecerles algo de calidad que les incite a comprar tu producto, que les haga tenerte respeto y querer invertir en aquello que les ofreces. Porque la navidad no es un puñado de gente triste y gris que monta un espectáculo de mentira para complacer a una loca, no. La navidad es mucho más que eso. Y con su maldito anuncio la empañan y la mancillan. Y le quitan su verdadero significado.

¿Y sabéis lo que cree Brunetina? Que tener un poco de honestidad es dimitir como jefe de esa campaña o directivo aleatorio que la aprobara, porque es una basura y tu empresa merece alguien que tome mejores decisiones. Ese es el espíritu navideño.