Estimado amigo:
Soy yo, ya me conoces. A veces haces como que no existo, no me prestas demasiada atención… pero no por eso dejo de existir (muy a tu pesar).
Me apetecía escribirte una breve carta para recordarte algunas cosas que parece que hayas olvidado, para hacerte ver otras que creo que no entiendes. Es lo mínimo que puedo hacer tal y como están las cosas.
Pequeño recordatorio: las mujeres no son objetos. Ya, ya sé que te consideras una persona moderna, de tu tiempo, con las ideas muy claras y que hace lo que le place sin que nadie le dé órdenes. Pero, a lo mejor, en eso de hacer lo que te viene en gana te equivocas. Porque bien sabes que la libertad de uno se acaba donde empieza la del prójimo. Y me parece que, cuando ese prójimo es una mujer, te vuelves más tonto de lo habitual. Y me entran ganas de cogerte por las solapas, levantarte, ponerte contra una pared y abofetearte hasta que entres en razón.
La mujer no ha aparecido en el mundo para uso y disfrute de los hombres – de los hombres de las cavernas. Las habrá altas, bajas, guapas, feas, gordas, delgadas, rubias, morenas. Habrá tantas como tipos de hombres. Y ni una sola apareció en este planeta para que hagan de ella lo que le quieran. Es una persona más, y debes tratarla con el mismo respeto que a los demás (si es que a los demás les tienes respeto alguno, que ya me cuesta creerlo).
Esa mujer, ya sea tu amiga, hermana, madre, hija, vecina o cuñada… no tiene por qué vivir con miedo. Y, sin embargo, por culpa de animales como tú… es lo único que puede hacer. Porque gracias a desalmados sin cerebro ella no puede volver andando a casa sin tener el móvil con el número de la policía marcado y las llaves en la otra mano (para defenderse si la atacan, que de poco le servirían). Gracias a seres que se comportan como tú lo haces, ella no puede disfrutar de esa libertad que a ti tanto te gusta nombrar.
Esa persona, que por capricho genético tiene pechos y vagina, resulta que tendrá que vivir toda su existencia con miedo. Sí, eso: miedo. Porque existen algunos, demasiados, que creen que una minifalda es una incitación a sexo no consentido, que un escote es una clara llamada a un roce no solicitado, que una copa de más no la hace vulnerable y merecedora de tu protección sino indefensa y lista para que le hagas cualquier barbaridad y la compartas con tus amigotes por las redes sociales.
No está bien. ¿Me oyes? Mírame a la cara cuando te hablo: eso que haces no está bien. Me dan igual los motivos que me des o la forma en la que intentes justificarlo; son todo excusas baratas que no hacen sino perpetuar la indefensión de unas personas que, aún a día de hoy, siguen siendo consideradas como seres débiles, vulnerables, inestables y que sólo existen como recipientes de los impulso masculinos.
Eso no te hace más hombre, más macho, más varonil. Que se te meta en la cabeza. Eres una vergüenza para el género masculino. Un hombre no tiene sexo con una señora y la graba sin su consentimiento para poder enseñar a sus amigotes lo que ocurre en la intimidad. Un hombre no le da una sustancia a una mujer para poder hacer con su cuerpo cualquier estupidez y encima compartirla con sus amigos. Un hombre no desnuda a una mujer sin su consentimiento y luego la echa de su coche a puñetazos. Eso no es un hombre de verdad.
A ver si te enteras de una vez por todas, que con eso de ser parte de la manada parece que tengas el apoyo necesario para hacer lo que te venga en gana en cuanto te juntas con otras bestias. Y no, no te lo pienso permitir. Porque nada te diferencia de un asesino múltiple, de un violador, de un pederasta. Estás dañando a otros seres humanos y, además, grabando lo que consideras gracioso para vejar a tus víctimas en internet. Que eso no está bien, que se te meta en la cabeza.
Internet ha sacado de ti tus bajezas, tus miserias… lo más despreciable del ser humano. Y a mí me estás empezando a dar miedo. Sí, miedo. Ese del que tú careces. Ese que no conoces. Ese que deberías tener si fueras un ser normal que sabe vivir en sociedad respetando a sus semejantes. Pero no sabes, no. Porque crees que esto es un patio de recreo donde todos pueden sacar a pasear sus vergüenzas – y encima esperas que te aplaudan por ello. Esa palmadita en el hombro tras mostrarle a tus amigos lo que le hiciste a alguna, lo que le gritaste a otra, cómo castigaste a la que osó llevarte la contraria.
¿Sabes? Me das asco, en serio. Y no te sorprendas tanto, no te eches las manos a la cabeza. Que no eres tú, me dices, el que ha hecho esas cosas. Que no eres tú, me dices, el que ha grabado nada. Que no eres tú, me dices, el que ha sido acusado de nada. Es cierto, pero tú eras el que ayudaba a compartir el vídeo, el que se lo mandaba a más amigos, el que coreaba al animal que hacía el mal, el que aplaudía a las bestias que vejaban a una persona, el que se reía de la víctima por no ser fuerte y aguantar que todos los días la llamen barbaridades gracias a unos miserables.
Sí, tú eres el que ayuda a esos animales. Por eso, que se te meta en el coco de una maldita vez: no te soporto, no te reconozco, no me gustas. Me recuerdas a Jack, de «El Señor de las Moscas». Y, por eso, me das miedo. Deja de pensar en tu madre como una santa y en todas como unas putas. Son mujeres, son personas. Respeta, tolera, ten empatía. No los ayudes a hacer daño a las personas. Deja de producirme tanto rechazo. Te miro y no te reconozco.
No quiero seguir, porque me pones de los nervios.
Medita y cambia. Te lo pido por favor. Antes de que tú seas uno de ellos.
Un saludo,
Tu conciencia
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