En realidad todo es cuestión de matices, de fijarse en los pequeños detalles, de darse cuenta de que las cosas pueden parecer iguales y no serlo. De pensar en aquella frase que se nos grabó a todos (hace bastantes años) que rezaba: «es igual pero no es lo mismo».
Porque no es lo mismo parecer que ser. No es lo mismo parecer simpático que serlo. No es lo mismo parecer inteligente que demostrar estupidez supina abriendo la boca. No es lo mismo parecer atractivo que probar no serlo vestido en ropa del día a día y sin tanto artificio. No es lo mismo parecer exitoso subiendo vídeos y fotos en redes sociales (mostrando una vida prefabricada que poco tiene que ver con la real) que serlo. No es lo mismo parecer elegante que… Bueno, en este caso creo que cuesta parecer elegante sin serlo; quizás con algunos ejemplos no pueda forzar la comparación. Mea culpa, he tensado demasiado la cuerda. Casi se rompe, menos mal que he frenado a tiempo.
Volviendo al tema en cuestión: las apariencias. Cómo nos engañan, cómo juegan con nosotros, cómo nos mangonean a su antojo. Siempre se dice aquello de que lo que vemos no es objetivo, ya que al ser sujetos sólo estamos procesando la información con la ayuda de nuestro cerebro y rellenando los huecos. No somos un espejo ni una cámara de fotos. Todo aquello que vivimos, todo lo que observamos a nuestro alrededor no queda grabado en nosotros como si fuéramos una cinta. Nuestras experiencias pasadas y expectativas futuras influyen en cómo percibimos todas y cada una de nuestras vivencias. No somos máquinas sino seres vivientes. Llenos de fallos, sí, aunque la perfección – caso de existir- sería extremadamente aburrida.
Ni es lo mismo parecer que ser, ni es lo mismo querer que poder. Nos gusta convencernos de que todo aquello que se desee se puede lograr. Y ese trasfondo que se vislumbra de positivismo que subyace bajo esa filosofía vital es digno de alabanza, aunque en contadas ocasiones se cumple. No podemos negar lo encomiable de llevar a cabo tareas difíciles con el fin de obtener un objetivo, siempre pensando en que el simple hecho de desear un fin con fuerza (haciendo algo para conseguirlo, evidentemente) nos va a ayudar irrefutablemente a conseguirlo. Y, si bien es extremadamente ventajoso convencerse de que el esfuerzo y el tesón ayudan sobremanera cuando tenemos metas que alcanzar, puede tener efectos negativos el creer ciegamente en la «magia». Podemos no conseguir aquello que anhelábamos y quedar extremadamente frustrados; algo que quizás se podría evitar si se luchara con mucho valor y coraje, pero de la mano de una mente que visualiza el escenario negativo. Porque, si te anticipas a ese momento que no quisieras vivir, quizás llegado el momento dispongas de las herramientas necesarias para enfrentarte a él. De hecho, es muy probable que el haber visionado situaciones en las que no triunfas a pesar de haber peleado con uñas y dientes por algo te haga una persona mucho más fuerte, capaz de enfrentarse a las adversidades y, sorprendentemente, más equipado para el éxito en sí mismo.
Ni es lo mismo querer que poder, ni lo es ser que estar. Bien sabemos que no es lo mismo ser guapo que estar guapo. Igual que no es lo mismo ser delgado que estar delgado, ser gordo que estar gordo, ser moreno que estar moreno, ser fuerte que estar fuerte, ser despierto que estar despierto, ser nervioso que estar nervioso, ser cariñoso que estar cariñoso, ser ansioso que estar ansioso, ser irascible que estar irascible, ser tranquilo que estar tranquilo, ser un loco que estar como un loco. Cambias el verbo y el escenario es otro completamente diferente.
No es lo mismo estar solo que sentirse solo. La Soledad. Con mayúsculas, sí. Porque hablamos de esa que aparece sin que nadie la invite, mira alrededor, busca el mejor asiento, se pone cómoda y te mira. A los ojos, sin pestañear. Esa mirada incómoda que no eres capaz de aguantar más de veinte segundos seguidos. Y no es que ella se invite cuando estás solo, porque no es lo mismo estar a solas que sentirse como el único habitante del planeta tierra. ¿No te ha ocurrido estar rodeado de personas y sentirte terriblemente solo? Una sensación que se ve agravada porque miras a tu alrededor y no quieres creerte que esta amiga tuya haya venido de visita justo en esta fiesta. Te produce desazón y te deja un sabor agridulce en la boca. Porque, a fin de cuentas, viene porque sabe que estás pensando en ella (aunque te auto engañes). No has invitado a la Soledad de una manera consciente, pero la has animado a acercarse. Porque a veces estás rodeado de muchas personas y, sin embargo, ninguna de ellas consigue hacerte compañía. Ninguna de esas personas se esfuerza por ahondar más en esa coraza que llevas a todas partes y descubrir lo que hay realmente debajo. Ver a esa persona llena de problemas, preocupaciones o inseguridades. Esa persona que se siente sola en estos momentos quizás por el simple hecho de que ninguno de los que la rodean la comprenden. Y no porque sea un ser extremadamente complejo, sino porque no tienen tiempo ni ganas ni interés por profundizar. Porque a lo mejor su fuerte son las relaciones superficiales y las conversaciones banales. Existe la posibilidad de que sea así como se relacionen con todos los que les rodean, sin llegar nunca a hacer mella realmente en nadie. Porque si no indagas no puedes dejar tu huella en tu vecino. Porque sólo buscando encuentras el oro.
Aunque no deja de ser una incongruencia: solo rodeado de muchos. Como se está en una fiesta. Como se está en una gran ciudad. ¿Que tiene el ser humano que, cuantos más hay en el rebaño, menos se relacionan entre sí? ¿Cómo es posible que 5 millones de personas en pisos de 30 metros cuadrados están más solas que 100 habitantes en un pueblo? Parece que, cuanto más nos amontonamos, mayor parecido tenemos con un puñado de ovejas dirigidas por un perro. Y eso que, desde fuera, daría la impresión de que todos aquellos que corren por el metro, el tren, las avenidas, los centros comerciales, las paradas de bus… tienen incontables personas que dejan mella en ellos. Vas solo, con el móvil, los cascos puestos, sin mirar al de al lado, sin pararte a charlarle a la persona con la que compartes un asiento y a la que le clavas el codo en las costillas. Estás solo, muy solo, aunque vayas como otros cien camino de casa a la vuelta de un lunes demasiado largo.
Es todo cuestión de perspectiva. De matices, que los llaman.