Suena la alarma, la apagas (por la tercera vez), te desperezas, bostezas, vas hacia la ducha. Se suceden desayuno, acicalamiento, ropa, viaje en metro, trabajo, reuniones, obligaciones, compras deporte. No te da tiempo a nada, sabes que los días son demasiado cortos y que podrías llenarlos aunque tuvieran 70 horas.
Lo haces porque tienes que hacerlo, porque es lo correcto, porque es lo que toca, porque se supone que debes. Y si… ¿no fuera cierto? Si existieran otras opciones, otras formas de plantear el día, otras formas de vivir la vida, de exprimirla, de aprovechar cada segundo sin sentir que se te escapa como arena entre los dedos.
Para un momento y piensa: ¿qué harías si no tuvieras que seguir con esa rutina establecida? Con esos horarios, esos compromisos, esas obligaciones, esas pequeñas manías hechas rutina a base de repetición diaria. A lo mejor querrías dormir más, o despertar sin alarma, o quedarte mirando el sol por la ventana desde la cama mientras oyes el canto de los pájaros en los árboles vecinos. ¿Qué tal un desayuno homenaje? Un zumo recién hecho, una tostada de aguacate con huevos escalfados, un cuenco de granola con frambuesas y plátano, un batido con yogur, leer las noticias con la radio de fondo. Sin pensar en el paso siguiente, sin prisa.
¿Y si no tuvieras que ir a la oficina? Si pudieras dedicar la mañana a ir al gimnasio, a leer ese libro que te lleva esperando semanas sobre la mesa, a dar un paseo por el parque o por la playa. Si pudieras pensar lo que te apetece comer ese día, ¿tomarías algo recalentado en un taper? Quizás preferirías ir al mercado a por productos frescos y tomar algo hecho con cariño, con pausa, sin prisa. Algo que se sirve y se come con una copa de vino o una cerveza bien fría.
Por la tarde, quizás, pequeña siesta tras la comida. Y luego, a lo mejor, una serie, o película. O acercarte a esa exposición que llevas tiempo queriendo ver y rematar el día tomando algo con unos amigos en el bar que tienes en tu lista de pendientes.
Porque las mejores cosas de la vida no solo son gratis, sino que suelen llevar tiempo y no son amigas de la prisa, de la rigidez, de la ausencia de flexibilidad, de la falta de descanso, de la mente cerrada a nuevas oportunidades o formas de hacer las cosas. Es como el amor arrebatado de las películas. Ese galán atormentado, volátil, desquiciado. Ese hombre terriblemente atractivo de la pantalla que trata mal a toda mujer que se le acerca, ese protagonista que tiene un motivo oculto de su pasado que le hace despreciar al género femenino pero cuyo físico le hace ser perdonado por cuanta fémina huele sus feromonas a cien kilómetros de distancia. Es el personaje principal que todos tenemos en la mente, es ese chico que tan pronto quiere arrebatadamente como se olvida de ella y se va con otra, o se va de fiesta y olvida hasta de su propio nombre, pero que vuelve de rodillas y llorando. Es esa persona que no es de fiar, esa persona que se vale de sus encantos para poder atrapar a su presa, pero que luego no la valora lo suficiente como para dedicarle el trato que se merece. Y por eso, a partir del momento en el que consigue captar su atención y vencer su resistencia, se dedica a tener explosiones de amor seguidas de otras de odio, momentos de extrema pasión seguidos de discusiones y desprecios. Esa locura que lo hace especial, único, irrepetible… aunque no es de fiar. Es un amor impredecible, infantil, caprichoso, egoísta… no es amor. Son puros brotes de pasión que acaban en nada, porque lo que necesitas es a alguien que te tienda la mano cuando te caes, que te ayude a levantar cuando tropieces, que te ponga la mano en la frente cuando crea que tienes fiebre, que te vaya a la farmacia cuando te encuentras mal, que te sorprenda con tu piruleta preferida en un día malo, que te dé las buenas noches cada día de la semana, que te vea bien sin pintar, que se ría con tus chistes malos, que vea adorables tus manías, que no se asuste con los cadáveres que tienes en el armario. Alguien que haya venido al mundo para quitarte tus miedos e inseguridades, para demostrarte lo increíble que eres, para animarte a seguir tus sueños, para darte alas, para sacarte una sonrisa cuando más lo necesites. Un amor pausado, tranquilo, de fiar. Un amor real.
Quédate con quien puedas hacerte una bolita en el sofá a comer noodles y ver Netflix – olvida las lentejuelas, porque la pasión se le irá tan pronto como se enciendan las luces de la discoteca. Recuerda: sin prisa todo es mejor.