Diciembre

Me gusta diciembre. Me gustas, diciembre.

Puede que siempre influyera el que sea el mes de mi nacimiento, y desde muy pequeña me encantaba celebrar mi cumpleaños. Aún recuerdo la gran piñata con mis amigos saltando como locos para poder pillar regalos. Y yo, en mi timidez habitual, mirando desde un discreto segundo plano. Menos mal que estaba mi madre (santas que son, las madres) y me había guardado algunas cosillas para que no me quedara sin nada.

Y los regalos, madre mía. Abrir los paquetes, miles de paquetes. Siempre con mucho cuidado, lentamente, para no romper el papel y poder guardarlo de recuerdo. Eso es algo que suele exasperar a los que observan, que jalean: «¡Corre! ¡Rompe el papel! ¡Ábrelo ya!». No os dejéis, os digo a los que seáis de mi equipo (el de los abredores lentos de regalos). Habéis llegado a la edad que tengáis con ese método preciso de retrasar el placer y no hay ningún motivo por el que tengáis que cambiar ahora. Disfrutad del momento, dedicadle el tiempo que se merece a abrir ese regalo… Porque la persona que lo envolvió lo hacía con toda su ilusión y merece esos minutos que le brindas como agradecimiento al detalle de haber pensado en ti.

Pero es que… en nada se plantaba la Navidad. ¡Ay, la Navidad! Con sus adornos, sus calles llenas de luces de colores, sus escaparates coloridos, los villancicos que suenan de fondo por las calles del centro. El abrigo, la bufanda, los guantes. La sensación de abrazo interno que da tomarse un chocolate caliente cuando fuera está helando. La felicidad de planear los belenes que vas a visitar y la gente con la que vas a ir haciendo la ruta.

¿Y regalar? No me digas que eso no es maravilloso. Pensar en alguien, recordar esas cosas que le llamaban la atención durante el año, ir a buscarlas. Conseguirlas, conseguir papel precioso, envolverlo todo, ponerle una bolsa aún más bonita. Pensar en su cara de felicidad cuando lo vea, se sorprenda, lo abra, le enternezca saber que estabas pendiente escuchando cuando mencionaba que algo le había encantado pero no se lo podía permitir.

No queden atrás las felicitaciones. Esas tarjetas navideñas que se envían año tras año. Haz el listado, saca tu agenda, comprueba que tienes todas las direcciones bien. Por una vez, siéntate en una mesa, coge bolis de colores, escribe. ¡Escribe! No mandes nada con el móvil, recupera el bello arte de escribir a mano. ¿Letra fea? No te preocupes, nadie te pide que lo hagas con la precisión de un calígrafo japonés. Se busca el gesto de dedicarle a alguien unas bellas palabras al menos una vez al año y hacerle saber que te importa, que ocupa un lugar especial en tu corazón, que eres una de esas personas que aportan calidad de la buena a su vida. Y vete al buzón luego. Eso es, un buzón de los de siempre. Y no le digas nada. Y espera, espera a que le llegue y que se sorprenda y te llame.

Y las fiestas, claro. Las maravillosas fiestas con familia cercana y amigos de toda la vida. La ocasión perfecta para reencontrarte con gente a la que no sueles ver pero que ahora no va a negarse a esa quedada anual. Busca sitios, júntate, oye villancicos, ríe, canta, abraza, quiere y sé feliz. Cocina, tira la basura de postre que has hecho a la basura, pártete de risa porque el pastel que teníais está congelado, ahógate tomando las uvas, di como cada año: «el año que viene las compramos sin pepitas».

Pon la tele y vigila a ver cuál es el primer anuncio del año. Y trágate las actuaciones de los de siempre (Alaska, Marta Sánchez, Raphael) en el programa de refritos de cada año. Haz del día 1 ese primer día desértico del año en el que nunca ves amanecer (salvo que te pille de fiesta) y que parece que empiece a las 3 de la tarde. Bromea con tu amiga sobre el Concierto de Año Nuevo y cántalo dando palmas. Y ponte a pensar en los Reyes, en la cabalgata, en los caramelos que se recogen con ansia como si nunca hubieras tomado uno. Y en el roscón, con nata dentro. Con fruta escarchada de la que todo el mundo se queja, con un regalo que puede que tampoco pilles este año. Y duerme poco esa noche, con la ilusión de tus regalos o los ajenos, pero duerme poco. Porque la noche del 5 se hizo para pasarla durmiendo de muy poco.

Y disfruta. Ríe, canta, baila, bebe, come, llora, abraza, peléate, reconcíliate, haz regalos, recibe regalos, duerme poco un día, duerme demasiado otro, olvídate de la rutina… Vive.

Que el mes de diciembre te trate tan bien como a mí y que el Año Nuevo te pille como debe ser: durmiendo.

¡Felices Fiestas!

Once

Hay que ver, Brunetina, que se te pasan los años volando. Bueno, a ti y a todo el mundo. Lo que pasa es que solo te das cuenta cuando miras atrás, porque en el día a día no eres capaz de pensar en ello.

Al principio, al llegar a Madrid (con tu boina y tu gallina bajo el brazo) tenías la ilusión del que viene de otro lugar. Todo te parecía mágico, nuevo, grande, brillante, interesante, bonito, embriagador. Sitio al que fueras, sitio que te parecía sacado de una película. Tenías un mapa que compraste en un quiosco y lo llevabas siempre en bolso. Dedicabas las horas que tuvieras libres a pasear con él y aprenderte zonas. El metro no te hacía mucha gracia (aquello de ir bajo tierra a alguien que se crió viendo el mar se le hace extraño), por eso preferías aprenderte las zonas y las calles a pie. Intentar saber dónde estaba el norte o en qué dirección mirar cuando sentías morriña y creías que los ojos te llevaban a la Bahía.

Y pasaron los años y cambiaste de vivienda. Y viste otras zonas, otra gente, otros bares, otros parques, otros entornos. Y siempre, siempre, te consiguió seguir sorprendiendo. Porque está viva y cambia, se adapta, acoge a gente, escupe a otra – la capital no es para todos. No todos la viven como se merece: con la mirada de un niño chico a un escaparate de piruletas.

Madrid se merece toda tu atención. Se merece que te tomes el vermú en el bar con los parroquianos, que hagas cola para una función cultureta que te interesa, que te quejes al cruzar Preciados en Navidad porque hay «muchos turistas» (que tú no lo eres, por lo visto), que hagas una reserva para el restaurante de moda con dos meses de antelación, que le compres cerveza al chino que pasa con un carrito mientras esperas la cola para entrar en El Barco, que no pilles taxi corriendo por Gran Vía, que cierres todos los bares de La Latina y haya debate de grupo viendo qué abre tarde, que te pasees por El Retiro con toda la resaca un domingo, que te pares a aplaudir a los gemelos calvos tocando Oasis en el centro, que lleves a una visita a tomarse la clásica croqueta de bacalao en Casa Labra, que te compres un traje de gitana en la calle Tetuán (sí, lo que lees), que descubras una placa de una casa donde vivió un escritor reconocido cuando parabas a mirar un momento el móvil andado por Huertas, que te quejes porque los pisos valen una fortuna pero no te vayas del centro ni loca, que te cabreen las obras pero finjas que la ciudad es perfecta de cara a los de fuera, que Kapital y el puñado de chavales haciendo cola te hagan sentir insultantemente mayor, que Madrid Río te parezca un parque (no hay verde, no tiene lógica), que la Mahou 5 Estrellas te sepa a gloria, que un pincho de tortilla te guste poco hecho y lo consideres desayuno, que tengas mil apps en el móvil para delegar actividades del día a día, que te hagas una hora de metro para ir al gimnasio que te gusta, que te incordie la humedad cuando vuelves a casa porque el clima seco te ha llegado al alma, que sepas irte tres días y al cuarto ya estés pensando en ella.

Madrid es esa ciudad a la que llegas en tren y sonríes en Atocha el ver el Ministerio de Agricultura. Y te vas andando a casa cargando con el maletón porque te gusta ver las calles (sucias, puede), la gente (excéntrica, sobre todo) y el ambiente de ciudad. De libertad, de oportunidades, de cosas por descubrir, de gente que conocer, de sitios que visitar para luego criticar.

Madrid, guapa.

Tony y el existencialismo

Que Los Soprano es una de las mejores series de todos los tiempos es algo que no merece la pena ni discutir, piensa Brunetina. El simple hecho de que James Gandolfini sea el actor que interpreta al protagonista debería ser más que suficiente para justificar su creencia.

Tony, ese capo con el que simpatizas. Ese mafioso que, pese a que seas consciente de sus delitos (y los veas), te despierta simpatía. No quieres que le pase nada malo. Te frustras si las cosas no le salen bien y te preocupas cuando conspiran a su alrededor en su contra. Te preocupa que se le olvide la medicación o le tienes tirria a la madre controladora. No simpatizas con tu mujer, si bien deberías, ni te preocupan en exceso sus hijos. Te sorprendes estando del lado del «malo», porque a lo que estás acostumbrado es a querer que los buenos ganen y los malos sean castigados. Ese final feliz de las pelis que tanta paz da cuando asoman los títulos de crédito.

Pero es que Gandolfini, que en paz descanse, supo encarnar como nadie la figura del capo despiadado… con sentimientos. Y mostró la cara B de lo que supone ser un líder como él: la ansiedad, el estrés, la depresión. Y, naciendo en los 90, la serie nos mostró a un mafioso que tenía ataques de pánico y necesitaba ir a terapia para desahogarse. Un hombre que cree que todo se soluciona con violencia al que la vida (o su terapeuta, que borda el papel) le demuestra que no, que todos somos humanos y que la salud mental es fundamental para ser un buen líder – da igual el trabajo que tengas. Y el hombre impasible que no llora aprende que es importante aprender a canalizar la rabia, que los problemas no se entierran sino que se hablan, que mostrar las emociones no es señal de debilidad sino de fortaleza emocional. Y por el camino descubre que no solo él es imperfecto, sino que en realidad todos a su alrededor sufren como él, aunque lo quieran tapar con falsas corazas de dureza y hombría.

Y vamos de su mano, miramos con sus ojos, conocemos a su psicóloga. Una mujer recta, cuyo trabajo es totalmente legal… enfrentada a la realidad del cliente criminal que la necesita. Una mujer que lo ayuda pero que necesita también ayuda a su vez. Todo rizando el rizo y poniendo de relieve cómo todos somos imperfectos e incapaces de ser tan fuertes como pedimos a los demás que sean.

Y conocemos a su «familia». Sí, con comillas. Porque no los une la sangre sino la segunda familia que se forma entre mafiosos y que es casi más sagrada que la que se tiene por naturaleza. Y los vemos preocupados, enfrentados, luchando a diario contra problemas muy parecidos a los nuestros. Y luego miramos a un lado y vemos a la familia. Eso, la que no tiene comillas. Y su mujer, muy enterada de los escarceos de su marido, que un día le pide que se haga una vasectomía para que no deje embarazada a cualquiera de sus muchas amantes. Esas amantes siempre son chicas insultantemente jóvenes, espectaculares y probablemente rusas, o del este en general, lo mismo le da a Tony. Y la madre: esa gran malvada de la historia de la televisión. Una mujer capaz de chantajear emocionalmente, vivir en la negatividad permanente y manipular a los que la rodean hasta matarse entre ellos sin que ellos se hayan dado ni cuenta de que eran simples títeres en manos de una venerable anciana.

Pero hoy me quiero quedar con su hijo – el más inocente de los que le rodean y, por tanto, el que más sufre. Para otros chavales de su edad crecer es estudiar y pedirle a tus padres la consola si sacas buenas notas. Su cumplir años es ir descubriendo, muchas veces con la ayuda de la hermana (que en nada se le parece), lo que realmente hace su padre para ganar dinero. E ir navegando por esa casa siempre llena de gente entre una hermana que chantajea, una madre que intenta cumplir el papel de la buena esposa, una abuela que manipula, una familia postiza que va y viene siempre con armas y un padre cuya incapacidad para controlar sus ataques de ira lo convierte en figura a la que admirar y temer a partes iguales. Y en uno de sus despertares nos sorprende con un ataque de existencialismo: le da por pensar que la vida no tiene sentido, que Dios no existe, que no sabe el sentido de nada ni por qué venimos al mundo. Rodeado de machos que resuelven todo con peleas le nace una necesidad de entender el por qué de la vida.

Lo mejor es la reacción de los padres cuando el hijo les plantea todas sus preguntas: incredulidad, estupor y, sobre todo, miedo. Y lo mandan al cuarto castigado, a estudiar. ¿Por? Porque nadie sabe el sentido de la vida. Ni Tony ni nosotros. Y no somos tan diferentes – eso es lo verdaderamente relevante. Tony es todos nosotros.

Lapsus

El otro día Brunetina se acordó de ella. Bueno, vamos en primera persona: el otro día me acordé de ti. Estaba haciendo planes, organizando mi fin de semana, pensando en la gente a la que iba a ver… vamos, lo normal de cualquiera justo antes de unos días libres. Y justo en ese momento, cuando repasaba mentalmente el listado de personas a visitar, te colaste. Sí, sin más. Sin avisar, sin una llamada y sin pedir permiso. Pensé: pues esta tarde voy a verte.

Cómo describir el asombro al darme cuenta de ese lapsus. El estupor, la sorpresa, el susto, la pena, el dolor, el desgarro. Cómo ser capaz de usar las palabras para describir esas sensaciones. Que sí, que Brunetina sabe que pensamos en palabras (o al menos así lo afirman muchos lingüistas), pero una cosa es conocer la teoría o estudios al respecto, y otra muy diferente e intentar demostrar que es cierta.

Es algo que le pasa a veces a Brunetina. no poder verbalizar sentimientos o sensaciones. Es algo muy suyo, sí, pero también muy incómodo. Porque a ver cómo se puede uno librar de una losa que le oprime el corazón cuando no encuentra la manera de contar lo que está viviendo. Cuando el lenguaje es un impedimento, es una herramienta insuficiente para exteriorizar la maraña de sensaciones que bullen por tu cerebro. O por tu alma, no sé, por qué no. Y este era uno de esos casos: era una situación totalmente inesperada, desagradable, incómoda y para la que no estaba preparada.

Quizás sea cierto que las personas no desaparecen mientras sigamos pensando en ellas. Pero es que si eso es verdad… estás más presente que antes porque es prácticamente imposible que pase una semana completa sin acordarme de ti. De tu forma de reírte con una timidez muy infantil, de tu forma de contar anécdotas con todo lujo de detalles, de tus preguntas sobre la vida en la ciudad, de tus consejos de moda, de tus sofocos con la política. Y lo que te hacía rabiar, que me encantaba. Tenías tan buen carácter que hasta eso te gustaba de mí. Pero es que de ti me gustaba todo. Y ese todo te lo llevaste contigo. Y a ver, dime tú, lo que hacemos los que nos quedamos atrás con este vacío.

Vale, vale: llevas razón. No tiene sentido acordarme de ti para regañarte. Pero hazme un favor, te lo pido. Tómate una tapita de jamón (no tomabas carne, no, pero el jamón no lo perdonabas) y una cerveza helada a mi salud, ¿vale? Y yo brindo por ti con la mía.
Y a los que me habéis leído: dadle un beso y un abrazo a quien tenéis al lado y sed felices, porque sabemos cuándo venimos y no cuándo nos toca irnos. No merece la pena preocuparse por tonterías. El amor todo lo puede y es lo único que importa.

¡Sed felices! Se os quiere.

P.D.: Sí, he llorado como una idiota escribiendo esto. No os juzgaré si os pasa igual al leerme 🙂

Y al tercer día…

O a los tantos meses, ni idea. La cuestión es que Brunetina ha resucitado. Así, como lo lees. Se ha echado una siesta de esas en las que al despertar no sabes si llegas tarde al curro o es domingo, de las de pijama y orinal, de las de mirar el calendario al abrir el ojo y no entender si te toca ponerte el bikini o buscar el traje de fin de año. Ya me entiendes.

Total: I’m back, que diría Terminator. Sí, que no es una referencia millennial, pero poco importa eso ahora. Y cuando a una le apetece algo, y ese algo no es un delito ni hace daño a nadie, está como feo negárselo a su propio ser.

Eso sí, vaya por delante el aviso de que esto a partir de ahora no va a tener el orden de antes: ni vas a saber qué día se sube un post ni cuál de las dos secciones va a tocar esa vez. Pero habrá cosas que leer de vez en cuando, y sabes de más que estar informado es tan sencillo como suscribirse al blog. Vamos, un segundo de tu valioso tiempo que se te va en ello. Nada más que eso.

Y hablando de todo un poco, o de lo primero que se le pasa a una por la cabeza… Qué maravilloso el párrafo de la canción de Shawn Mendes Like to Be You:

I don’t know what it’s like to be you
I don’t know what it’s like but I’m dying to
If I could put myself in your shoes
Then I know what it’s like to be you

¿No sería fabuloso? El poder ponernos en el lugar de los demás. No ya poder, que no es que no seamos capaces – es que no nos apetece lo más mínimo. Pero es la mayor demostración de cariño y respeto de un ser humano a otro: ponerse en sus zapatos e intentar saber lo que se siente. Y luego, ya si eso, opinar. Una vez que uno haya entendido el dolor y las preocupaciones del que tiene delante. Empatizar, comprender, escuchar, prestar atención. Qué bonito sería tenerle tanto aprecio a alguien como para cantarle que lo que quieres es poder saber qué le pasa en la cabeza, qué le hace comportarse así. Qué maravilloso querer entender en lugar de criticar, acusar, tachar, descartar a las personas como pañuelos usados.

Y si ya encima dices:

Tell me what’s inside of your head
No matter what you say I won’t love you less
And I’d be lying if I said that I do

Es decir, que si me cuentas todo eso que tienes en el coco… todo eso que te angustia, que con muy alta probabilidad te haga sentirte ridículo y vulnerable, si me lo cuentas: ¿sabes qué pasa? Que no te voy a querer menos. No, eso no va a pasar. Porque estoy deseando conocer tus secretos y demostrarte que no son debilidades sino fortalezas.

Porque aquello que tienes en lo más oculto de tu ser es lo que te define y te hace único. Y es lo que quiero que me desveles para poder demostrarte que te quiero justamente por ello. Qué bonito, ¿no?

Qué bello es que te quieran así, y qué bonitas son las personas que te demuestran día a día que les importas, que eres especial y que te quieren gracias a (y no a pesar de) lo que tú consideras tus defectos.

Y qué maravilla que existan canciones que nos lo digan de una forma tan preciosa.

Nada, eso es lo único que tiene que decir Brunetina hoy.

Disfruta del viernes y de esas personas que valen su peso en oro por adorarte como eres y por no tirar nunca la toalla. Una ronda de aplausos a los pilares de nuestra existencia.

Y que viva el amor del bueno, el de verdad, el que no se va cuando se acaba la fiesta.

TGI, my friends!!!

Besos mil 🙂

 

Brunetina se despide

Hace cosa más de un año empezaba esta andadura personal, este pequeño proyecto en el que puse todas mis ilusiones, ganas y esperanzas. Nació de una necesidad imperiosa de escupir todas las sensaciones, pensamientos y reflexiones que se me escapaban a borbotones a golpe de teclado (por los dedos índice de cada mano, que nunca supe escribir como Dios manda).

Una mañana, tumbada en la cama pensando en cosas varias… me di cuenta de que necesitaba crear este blog. Quería empezarlo con un homenaje a mi tía, porque era la que ocupaba mis pensamientos día y noche en esos momentos, y quizás porque pensaba (de manera equivocada o no) que le hubiera gustado leerlo, saber que lo hacía yo, imaginarme escribiendo algo cada semana que podía llegar a cualquier persona que tuviera unos minutos que dedicarle a mi web.

Le puse la mayor de las ilusiones y le dediqué bastantes horas. Tuve que aprender a diseñar la web (más o menos), para lo cual necesité la ayuda de quien siempre me tiende la mano cuando me veo en apuros. Aprendí, o lo intenté, a darle vida al blog. Al menos tuve la impresión de darle un poco de caña a las neuronas, porque parece que cuantos más años cumples, más te acomodas y menos las usas.

Y escupí todo aquello que me quemaba por dentro. Primero, dos veces en semana, Luego, una sola vez a la semana. Contaba sensaciones, inventaba historias, disfrazaba anécdotas, inventaba historietas o situaciones. De todo aquello que me flotaba por la mente escogía lo que me parecía más interesante, lo moldeaba, disfrazaba, adornaba y lo plasmaba en esta falsa página en blanco.

Tuvo una finalidad claramente terapéutica, y por ello, muchas veces me hizo llorar. Bueno, o me hice llorar, porque el blog no es un ente separado de mí. Tuve monólogos, quejas, charlas, reflexiones. Pude descargar la rabia que llevaba dentro, pude darle un espacio a ella y a tantos otros que nos han dejado. Pude quejarme de lo que más me incordiaba y reírme de lo que me parecía ridículo. Pero, ante todo, me di la oportunidad de decir la verdad, sin tapujos, sin filtros, sin cortapisas y sin ningún tipo de expectativa que no fuera el poder volcarlo y, posteriormente, olvidarlo.

Durante estos meses tuve la oportunidad de recibir muchos comentarios positivos, críticas, aportaciones, ánimos, piropos… cariño, en definitiva. Porque el hecho de que alguien encuentre unos minutos para leer tu punto de locura es un halago. Y que dedique otros tantos a hablarte de lo que ha sentido leyéndote es verdaderamente maravilloso.

Y este proyecto, como tuvo un principio, tiene un final. Todos lo tenemos, y no por ello la vida deja de ser interesante… más bien al contrario. Pero ya he cumplido con los objetivos propuestos y considero que es el momento idóneo para echar el cierre. Para poder hacer una despedida digna y caminar hacia otro lado.

No olvido vuestras palabras ni consejos y, sobre todo, no podré borrar lo bien que me hizo sentir saberme apoyada. Os quiero, lo sabéis. A unos y a otros: a todos. Y me siento satisfecha y feliz de los pasos que he dado y de lo que aprendido del mundo y de mi forma de vivirlo.

La web seguirá existiendo y se podrá leer o releer las veces que uno quiera… pero ya como libro cerrado que tienes en la repisa y al que te acercas en esas tardes un tanto nostálgicas. Y yo estaré donde siempre, en todas partes y en ninguna. Cerca de los que tengo al alcance de la mano, y a golpe de chat de aquellos que por desgracia me pillan lejos.

Gracias. A todos, a mí, a ti… porque el dolor de tu recuerdo me animó a crear esto y a día de hoy solo siento alegría pensando en ti, en lo que fuiste y en lo que me diste.

Hasta pronto.

 

Brunetina y la Fashion Week

Se acaba el verano y parece que con él termina todo lo bueno… pero no. Porque en realidad lo que ocurre es que llega la temporada de las Fashion Weeks. Es decir, una sucesión de vídeos de desfiles varios en Nueva York, Madrid, París, Milán. Así que Brunetina guarda el pareo y el bikini y lo cambia por el wifi más cercano para poder seguir en el móvil todas las tendencias del momento – no sea que se le escape alguna moda sin revisar, criticar o comentar.

No solo se trata de ver moda, sino de echarle un ojo a los que se acercan a los photocalls de turno y tienen la suerte de asistir en la front row. Antes, hace años, esa primera fila de los desfiles de las grandes firmas se veía repleta de modelos y diversos ejemplares de la fauna del diseño, la moda o las artes de alguna manera. ¿Hoy en día? Muchos de esos sitios se ven ocupados por pequeños traseros fibrosos de chicas (y chicos, aunque en menor medida) cuya principal fuente de ingresos viene de subir a su canal de Youtube una serie de vídeos sobre su día a día y sus consejos de moda, decoración o tendencias. Sí, los sitios antes designados a famosos ahora se ocupan por la nueva ola de personajes conocidos: los YouTubers (o vloggers, en cualquiera de sus formas).

Los diseñadores, por tanto, deben tener esto en cuenta a la hora de elaborar sus colecciones y de intentar promocionarlas… bien es sabido que uno debe adaptarse a la demanda del público – idealmente, anticiparse a ella y satisfacer esa necesidad, pero al menos intentar detectar lo que esté de actualidad y ofrecer la experiencia más satisfactoria para los asistentes. Porque de ellos, y de sus móviles de última generación, depende el alcance de tu marca. Y gracias a los vídeos que suban y tagueen, podrás llegar a cientos de miles… para bien o para mal.

¿La moda en sí? Relevante tambíen, por supuesto. Pero no exclusivamente lo que circula por las pasarelas sobre modelos de 1,85 de cuerpos de extremidades interminables, no. Es importante quién va, qué lleva, cómo y con quién se fotografía. Y es igual de divertido que ver lo que se llevará en las próximas estaciones. Vuelta a las botas altas (¿soy la única que se acuerda de Pretty Woman estas semanas?), tangas que suben por encima del pantalón y se dejan ver sin pudor («aserejé», al menos en mi cabeza) y el regreso de las grandes.

Versace nos ha regalado la vista con un fin de fiesta de la mano de las grandes modelos, esas que inventaron lo que es ser top model y por las que parece que no pasen los años: Carla, Claudia, Naomi, Cindy y Helena. Homenaje único a Giani Versace 20 años después de su muerte. Si no te gusta la moda, al menos pincha en alguno de los miles de vídeos que capturan ese momento genial. Y recuerda: los 90 no han muerto, vuelven con más fuerza que nunca.

Brunetina y la vuelta

A Brunetina no le resulta desagradable volver… al cole, a la rutina, al otoño, a los abrigos, a las noches de mantita en el sofá delante de la tele pensando que va a salir a Rita. Y le viene pasando de siempre. Porque la sola idea de ir a por libros nuevos y poder encuadernarlos siempre le produjo entre emoción, impaciencia y alegría. Quizás había un punto de miedo… a lo desconocido, a las nuevas asignaturas, a los exámenes, al posible fracaso. Pero todo eso se veía superado por la emoción de saber que va a poder abrir la montaña de libros nuevos, uno a uno, y aspirarlos con los ojos cerrados. Ese olor a libro nuevo, a tinta. Esa promesa de aventuras por descubrir. Ese mundo nuevo. Ese cúmulo de emociones, de incertidumbre, de alegría por poder volver a ver tus amigos, contarles tu verano, preguntarles por el suyo, enseñarles fotos o juguetes, probar sus bolis de colores, prestarles tus fluorescentes, ver la pulsera nueva que compraron en el puesto de la playa o contarles la última peli que te llevó a ver tu hermano mayor.

Hay cosas que, afortunadamente, no se pasan con el paso de los años. Y esa expectación por el momento de la vuelta es algo que a Brunetina se le ha quedado grabado. Y año tras año, sin falta, vive las mismas sensaciones. Y por eso le cuesta unirse a la multitud de caras largas, quejas, lamentos, malos humores de todos aquellos que solo saben echar pestes cuando agosto llega a su fin y toca volver a la cotidianeidad del trabajo, las obligaciones, a la rutina que aparcaron cuando el sol derretía las aceras y nublaba el entendimiento.

Pero el otoño es un momento ideal para retomar las riendas de tu vida, para plantearte nuevos retos, comprarte una agenda nueva (o dos, por qué no), estrenar bolis de colores en el curro, instalarte esa app de aprender idiomas, darle por fin al boxeo, planear escapadas de fin de semana a todos esos sitios en los que eres incapaz de estar cuando hace cuarenta grados a la sombra. Es el mejor momento para volver a ver a aquellos que llevan dos meses tostándose en la playa y que te cuenten sus anécdotas, siempre con una caña fresquita en la mano.

Te puedes reinventar, renovar, mejorar, espabilar. Puedes animarte a cambiar el vestuario, mostrar tu mejor yo y vivir este momento de transición como lo que realmente es: una nueva oportunidad para pisar con fuerza y enseñarle al mundo todo aquello de lo que eres capaz.

Otoño: te estamos esperando. Bienvenido.

Quizás, Brunetina

Quizás esté cansada, porque es un año de blog y pesa. Quizás el verano la deje lacia, con pocas ganas de darle alas a las neuronas. Quizás los 40 grados a la sombra no ayuden. Quizás estar sentada bajo el chorro de aire frío en el salón le hiele los pensamientos. Quizás la jornada de verano le trastoque su rutina habitual. Quizás el mes de julio no se haya inventado para grandes reflexiones. Quizás el ventilador del portátil le queme el muslo izquierdo mientras escribe en ropa de verano. Quizás el sol que intenta entrar por la ventana la distraiga. Quizás el tener que beber agua cada cinco minutos le ocupe mucho tiempo. Quizás tenga la mente en estado de vacaciones. Quizás sus neuronas estén fuera de cobertura. Quizás sea importante parar, a veces, para volver con más ganas. Quizás la creatividad no pueda forzarse. Quizás sea necesario aburrirse para poder crear.

Brunetina está muy agradecida. A todos, los pocos o muchos que estéis leyendo esto. Porque leer comentarios positivos siempre anima a continuar escribiendo ideas y chorradas varias en esta página, semana tras semana. Porque sin vosotros esto no tendría sentido. Y por eso necesita parar. No os merecéis nada más que lo mejor, y ahora mismo puede que los posts perdieran calidad si continuara. Por vosotros y por sí misma, toca parada vacacional en la que reposar y coger fuerzas.

Por todo ello, colgamos el cartel de «cerrado por vacaciones» y nos vemos de nuevo el martes 5 de septiembre. Con reseñas de libros, pelis, series y moda. Porque son las cosas que más le gustan a Brunetina y quiere contaros todo aquello que le salga del corazón – como viene siendo habitual en este pequeño rincón.

No me voy a ninguna parte, podéis escribirme todo lo que queráis durante estas semanas. Estaré encantada de leeros.

¡Feliz verano!

Brunetina y los viajes

A Brunetina le gusta viajar. Bueno, puede que esto suena a típica frase que uno dice para quedar bien en según qué sitios: entrevistas de trabajos, citas a ciegas, reuniones informales, encuentros con culturetas de pro. Pero en su caso, parezca o no frase hecha, es una realidad. Y quizás, puede, a lo mejor… influya su infancia. Porque todos sus recuerdos alegres, divertidos, emotivos, tuvieron lugar viajando o en el coche o en el extranjero – o cruzando España de norte a sur en coche para poder llegar a su querida feria.

No hay nada como un viaje en coche para dejarla en un estado de trance que no lo consigue ni la más preciada de las meditaciones actuales que tan en boga están. Es montarse en el coche, abrocharse el cinturón, acomodarse en el asiento (como los gatos, que andan dando con las patitas al cojín para dejarlo a su gusto, solo que sin las uñas) y sentirse más cómoda que en el sofá de su propia casa. Se gira, mira hacia la ventana, y se acomoda para pasar un buen rato bebiendo el paisaje. Le da igual que sean cinco minutos o tres horas, porque el poder de abstracción es tan brutal que llega a un nivel de abandono de su cuerpo que le hace perder la conciencia del tiempo. Y cuando toca bajarse, la tienen que avisar de que ya han llegado, de que están en el destino, de que hay que abandonar el coche.

Quizás sea por eso, por esa habilidad, sea la que más aguanta en viajes largos sin pedir una parada para beber, o ir al baño, o estirar las piernas. Aunque puede que no se trate de habilidad sino de entrenamiento. Porque cruzarte un país en el asiento trasero del coche con cinco años puede que imprima carácter – es más que probable. Y acabó por aprender a distraerse en la misma espera, por no impacientarse pensando en lo que quedaba para llegar al destino final, por disfrutar del camino en sí, de los paisajes por la ventana, de las gotas de lluvia que caen en los cristales, de las vacas pastando a lo lejos, de las ovejas lanudas paseando, de los coches que adelantan con gente dentro que saluda, de las nubes que hacen todo tipo de formas: caras, animalitos, figuras, corazones, pájaros.

Siempre le gustaron los pájaros, y le siguen gustando. Verlos volar es algo hipnótico: son elegantes, majestuosos, valientes… libres. Pero verlos andar, cuando lo hacen, es extremadamente divertido. Esa garza dando zancadas por la marisma con el fondo anaranjado y rosa de un atardecer en la bahía.

A lo que iba: a Brunetina le gusta viajar. ¿Conocer un sitio nuevo? ¿Su comida? ¿Su cultura? ¿Su historia? ¿Sus gentes? ¿Su forma de entender la vida? Por supuesto, todo eso le fascina. Pero el viaje en sí mismo – en coche, barco, avión, tren, bus – es algo que la hace igualmente feliz. La impaciencia por lo desconocido, el no saber lo que te encuentras en el camino, el sentarse y mirar por la ventana en calma, sin obligaciones, sin prisas, sin preocupaciones. El placer del paisaje contemplado desde la mirada del turista. Sobran las palabras.