A Brunetina le gusta viajar. Bueno, puede que esto suena a típica frase que uno dice para quedar bien en según qué sitios: entrevistas de trabajos, citas a ciegas, reuniones informales, encuentros con culturetas de pro. Pero en su caso, parezca o no frase hecha, es una realidad. Y quizás, puede, a lo mejor… influya su infancia. Porque todos sus recuerdos alegres, divertidos, emotivos, tuvieron lugar viajando o en el coche o en el extranjero – o cruzando España de norte a sur en coche para poder llegar a su querida feria.
No hay nada como un viaje en coche para dejarla en un estado de trance que no lo consigue ni la más preciada de las meditaciones actuales que tan en boga están. Es montarse en el coche, abrocharse el cinturón, acomodarse en el asiento (como los gatos, que andan dando con las patitas al cojín para dejarlo a su gusto, solo que sin las uñas) y sentirse más cómoda que en el sofá de su propia casa. Se gira, mira hacia la ventana, y se acomoda para pasar un buen rato bebiendo el paisaje. Le da igual que sean cinco minutos o tres horas, porque el poder de abstracción es tan brutal que llega a un nivel de abandono de su cuerpo que le hace perder la conciencia del tiempo. Y cuando toca bajarse, la tienen que avisar de que ya han llegado, de que están en el destino, de que hay que abandonar el coche.
Quizás sea por eso, por esa habilidad, sea la que más aguanta en viajes largos sin pedir una parada para beber, o ir al baño, o estirar las piernas. Aunque puede que no se trate de habilidad sino de entrenamiento. Porque cruzarte un país en el asiento trasero del coche con cinco años puede que imprima carácter – es más que probable. Y acabó por aprender a distraerse en la misma espera, por no impacientarse pensando en lo que quedaba para llegar al destino final, por disfrutar del camino en sí, de los paisajes por la ventana, de las gotas de lluvia que caen en los cristales, de las vacas pastando a lo lejos, de las ovejas lanudas paseando, de los coches que adelantan con gente dentro que saluda, de las nubes que hacen todo tipo de formas: caras, animalitos, figuras, corazones, pájaros.
Siempre le gustaron los pájaros, y le siguen gustando. Verlos volar es algo hipnótico: son elegantes, majestuosos, valientes… libres. Pero verlos andar, cuando lo hacen, es extremadamente divertido. Esa garza dando zancadas por la marisma con el fondo anaranjado y rosa de un atardecer en la bahía.
A lo que iba: a Brunetina le gusta viajar. ¿Conocer un sitio nuevo? ¿Su comida? ¿Su cultura? ¿Su historia? ¿Sus gentes? ¿Su forma de entender la vida? Por supuesto, todo eso le fascina. Pero el viaje en sí mismo – en coche, barco, avión, tren, bus – es algo que la hace igualmente feliz. La impaciencia por lo desconocido, el no saber lo que te encuentras en el camino, el sentarse y mirar por la ventana en calma, sin obligaciones, sin prisas, sin preocupaciones. El placer del paisaje contemplado desde la mirada del turista. Sobran las palabras.
¡Muy bien Marco Polo!
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