BRUNETINA Y LOS ZAPATOS

El rosa siempre fue su color, desde una temprana edad. No se podía ser más cursi: edredón rosa, paredes del habitación de ese color, dibujos de Snoopy, peluches, Barbies… Pero es que no lo podía evitar – era su color preferido. No le faltaba ninguno de los detalles típicos de las niñas; que si ropa, bolsos, zapatos, muñecos, adornos, casitas, carros. Películas Disney, por supuesto, y fantasía arrolladora – aparte de una afición por imaginar mundos y escenarios no tangibles mucho más divertidos que el real.

Lo que recuerda con total nitidez son sus primeros tacones. Bueno, lo que su mente de niña quiso registrar como tacones – no pensemos que iba vestida cual reina de concurso de belleza tejana, nada más lejos de la realidad. Se trataba de unas sandalias de color rosa. Tenían unas tiras en la parte  delantera y se cerraban al tobillo. La suela debía de ser rígida, porque al andar sonaba un taconeo muy simpático. Y eso le hacía creer a Brunetina que iba en tacones. Eso y que la parte trasera tenía una mínima elevación, lo cual le hacía imaginarse una modelo embutida en el mejor de los vestidos desfilando por la pasarela con estiletos de doce centímetros. Se sentía como una princesa de cuento en ellas, lo recuerda como si hubiera pasado ayer (y puede que tuviera unos dos años, nada más).

Se ponía sus sandalias nuevas y andaba por el pasillo de casa – arriba y abajo. Y le decía a su madre: mira, tengo tacones. Con una sonrisa de oreja a oreja, por supuesto. De hecho, existe una foto de la comunión de su hermano donde aparece con su vestido (rosa, claro) y sus sandalias a juego. No se puede tener mayor cara de ilusión. Pelo corto rubio, de esos que se peinaban casi sin cepillo, el típico pelo lacio que es suave como el algodón, ropa de muñeca con lazos, zapatos de señorita y piel clara tono nórdico (esa que aun a día de hoy hace que la gente se cuestione sus orígenes, y es que hay cosas que te persiguen de por vida).

Esos fueron los primeros, sí. O lo que a ella le parecieron sus primeros zapatos de tacón. Pero los primeros tacones reales que tuvo se los regaló su abuela – no podía ser de otra manera. Fueron unas sandalias compradas en el zoco, no sin pocos regateos. De tacón de cuña, plataforma y cordones. De un color nude muy actual. Sandalias modernas que le hicieron ganarse a ella y a su abuela un buen mosqueo materno porque «la niña es demasiado pequeña para ponerse tacones». La niña en cuestión estaba encantada de tenerlos y se sentía importante con ellos, aunque supo que no podría llevarlos a la calle (una pena, porque eran preciosos). De hecho, es sorprendente pensar que llevar esas cuñas hoy levantaría más de un piropo y haría que bastantes personas le preguntaran que dónde las había comprado. Cosas de la moda, que parece que siempre se repite, como la historia.

Pero ha sido un largo camino, lleno de zapatos de todo tipo: sandalias, tacones, plataformas, cuñas, botas, botines, tenis, chanclas, zapatillas. Han sido muchos los zapatos que han ayudado a Brunetina a ir deambulando por la vida, aunque una gran parte de ellos le han hecho ver todo desde las alturas. Nada como un buen par de zapatos de salón de 10 centímetros para enfrentarte al vida de otra manera, para plantarle cara al día con aplomo. No se ve la vida igual así que con unos planos. Se anda más erguida, se dan pasos más cortos, se balancea el cuerpo de otra manera.

Y es que aquello que viste tus pies es extremadamente importante, porque es la parte de tu vestimenta que más usas, que más necesitas y a la que sueles hacerle menos caso. Pero la mayor parte de tu vida la pasas o durmiendo o andando. Por lo tanto, siguiendo esa lógica, lo más importante deberían ser tu cama y tus zapatos. Esos zapatos que te abrazan el pie, que te protegen de la lluvia, que te llevan a hacer turismo o deporte, a una cita.

Brunetina siempre ha pensado, desde una muy temprana edad, que unos buenos tacones son tu forma de decirle al mundo que vas a por él, que no te achantas, que no va a poder contigo. Como bien dijo Miranda en Sex and The City: You can take me out of Manhattan, but you can´t take me out of my shoes. Mientras puedas usar el zapato que quieres, mientras puedas vestir a tus pies de la forma que te gusta… todo irá bien, tendrás todo bajo control, podrás transmitir al mundo el mensaje de quién eres y quién quieres ser. Porque no se puede juzgar a nadie sin haber estado en su piel. O, siguiendo en la línea de SATC: Don´t judge me until you’ve walked a mile in my shoes.

 

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