Y así empiezas el año: lleno de dudas, de incertidumbre, de preguntas sin respuesta, de planes escritos, de ideas geniales en la cabeza, de promesas hechas, de fracasos en la basura, de correcciones en el tintero. Qué pasará, qué misterio habrá… puede ser mi gran año.
Los días previos están repletos de encuentros, comidas, regalos, viajes. Es una lluvia constante de quedadas, un torbellino de emociones. Necesitas sacar la energía restante del año para hacer frente a tanto evento. Y, entre todos esos momentos, te asaltan las dudas, te haces preguntas, titubeas. ¿Escribo los propósitos de Año Nuevo? ¿Servirá de algo? Porque se suele decir que, según se acerca el final del año, debes encargarte de dos cosas fundamentales: conseguir tu ropa interior roja (que, al parecer, da suerte y es la única que puedes usar ese día y/o noche) y escribir una lista de todo aquello que quieres conseguir en el año que empieza.
Te has hecho con una libreta y un boli, uno que parece que escribe más o menos bien… No son tiempos de escribir a mano, todo lo haces con el móvil o el portátil, así que el simple hecho de sentarte a escribir en un cuaderno se te antoja de otra época. Le da un toque nostálgico al asunto, sin lugar a dudas. Y empiezas por pensar en el repaso de todo lo ocurrido en los últimos doce meses: lo vivido, las risas, los llantos, los encuentros, las despedidas, las sorpresas, los viajes, los paseos. Y te das cuenta de que no lo has hecho nada mal, de que has conseguido superar baches, tropezarte unas cien veces con la misma piedra… y levantarte. Sí, cuando te caíste -todas las veces- juraste en arameo. Te lamentaste, te tiraste de los pelos, maldijiste tu suerte y te preguntaste el tan manido «¿por qué a mí?» (qué tendremos los humanos que siempre nos sorprendemos de que nos pase algo malo y nos preguntamos por qué eso nos tiene que tocar a nosotros; no falla, nos creemos invencibles hasta que la vida nos demuestra lo contrario). Y, sin embargo, fuiste capaz de salir de ese bucle de queja permanente, romper con ese hilo de pensamientos negativos y sacudirte el polvo para poder afrontar lo que viniera después con una sonrisa de oreja a oreja. Renaciste de tus cenizas, te vestiste con tus mejores galas y le hiciste frente a eso que ni esperabas ni creías merecer.
Nunca mereces lo malo que te ocurre, si bien tienes que concienciarte de que no se trata de que las cosas no sean justas sino de cómo te enfrentas a la adversidad. En lugar de tomar la postura pseudo-adolescente de decir que no mereces algo, mejor toma las riendas de la situación y decide que eso no te afecte, que no cambie el curso de tu día. No le des el poder de decidir qué clase de día vas a tener – relativiza y estarás por encima de todas aquellas piedras del camino. No permitas que un atasco, un tropiezo, una discusión o una mala cara sean más importantes que el hecho de estar donde estás haciendo lo que quieres. No dejes de ser tú porque la vida sea una carrera de vallas en lugar de un paseo por el campo.
El boli en la mano, la libreta abierta, la mirada fija, absorto en tus pensamientos. Vive, siente, quiere, ríe, llora, blasfema y pelea. Pon en la lista lo que quieras, todo lo que consideres importante – hacer deporte, aprender un idioma, viajar más, promocionar, conseguir un aumento, aprender a cocinar, comer más sano, quedar más con la gente importante, no enfadarme tanto, mostrar cariño. No te dé vergüenza mostrar tus sentimientos, porque lo único que puede pasar es que no sean recíprocos… ¿acaso eso tiene importancia? ¿Qué tiene de malo querer sin esperar nada a cambio? ¿Qué hay más puro que el amor sin condiciones, sin ataduras, sin egoísmo? Quiere y te querrán, sonríe y te sonreirán.
O no, porque la vida no es un dulce paseo por la orilla del mar. Se asemeja más a ese mar, que tan pronto te mece como te lleva hasta sus profundidades con un temporal, Tan pronto se moja los tobillos con suavidad como te lanza con una ola inesperada. Y tú eres el capitán de tu propio barco – y podrás con todas las tempestades, marejadas y resacas posibles. Porque lo plácido aburre y la aventura da para muchas historias que contar a tus amigos vino en mano y sonrisa en cara.
No está mal tu lista de propósitos, pero recuerda: no los vas a cumplir en un día. Iras sumando anécdotas cada paso del camino para conseguir ser mejor, avanzar, moldearte. Y toda y cada una de esas anécdotas bailarán por delante de tus ojos cuando el año que viene vuelvas a sentarte con la libreta, boli en mano, intentando cuadrar la nueva lista de propósitos. Porque no sabes lo que pasará y ahí reside el encanto: en la incertidumbre ante la aventura aún por vivir y escribir.
Me gustó mucho Rory!!! Me recordó a mis primeros textos en mi blog! Sigue abriéndote que llegará la primavera y las flores más bonitas tendrán su premio! Felicidades!!!
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Muchísimas gracias, David 🙂
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