Se suele decir comúnmente: «maestro liendre, que de todo sabe y de nada entiende». Pero a Brunetina le gusta más la expresión inglesa, que reza: «jack of all trades, master of none». Viene a ser lo mismo, pero a ella le resulta más simpática la expresión inglesa. Y hace al caso ahora, en estos tiempos de redes sociales, móviles inteligentes y personas adictas a las nuevas tecnologías.
Todas las semanas salta alguna noticia que nos alarma a todos, por diversos motivos, y todas las veces nos comportamos como eruditos en la materia. Cuando se transmitió en televisión el documental de OT, las redes sociales se inundaron de personas indignadas porque nadie había estado viendo el programa de Évole. Bueno, lo de nadie es una exageración innecesaria – en realidad se echaban las manos a la cabeza porque la audiencia se había volcado con el programa de Operación Triunfo, algo que se consideraba indignante porque demuestra el analfabetismo de nuestros compatriotas.
La cosa es que era la ocasión ideal para que todos se lanzaran a las redes sociales, que, gracias a su anonimato, nos permiten a todos dictar cátedra e insultar sin ningún tipo de control. Nos escondemos detrás de la pantalla del móvil o del portátil y arrancamos a teclear con furia para demostrar al mundo lo poco que saben y lo sumamente superiores que somos. Porque todos llevamos dentro un maestro, un genio, un sabelotodo, y las redes sociales nos permiten regalarle al mundo esos conocimientos. Gracias a internet podemos ser pedantes, intolerantes, presuntuosos… y lo mismo hasta caemos en gracia y tenemos muchos seguidores. No quiere esto decir que la conectividad global sea la culpable de nuestros fallos, pero sí que la era en la que vivimos en la que se prima el amor propio y la autocomplacencia por encima de los valores clásicos, las personas nos sentimos poderosas y con derecho a todo.
Por lo tanto, lo que era simplemente escoger una cadena de televisión estando en el sofá se convirtió en un debate abierto sobre si tenías o no derecho a ver lo que te plazca en el salón de tu casa. Y todos se indignaban por la cobra de Bisbal a Chenoa, y todos creíamos saber lo que había pasado y como se sentían ambos. Pero, poco tiempo después, salió Trump como presidente de los Estados Unidos, y los defensores de Chenoa de repente eran expertos en política internacional. Las redes sociales se alarmaban, la gente estaba de luto, el universo se preguntaba qué había podido pasar. Parecía que, de la noche a la mañana, todos sabíamos de América más que los propios americanos y debíamos dejar constancia de ello en internet.
A fin de cuentas: da exactamente lo mismo. Es decir, no es que no tenga relevancia una elección de uno de los países más poderosos del mundo o cuáles son los programas más vistos en televisión. Pero el problema no es ese en realidad. Es que nos envalentonamos y nos dedicamos a opinar sin que nadie nos lo pida gracias a unas plataformas que nos hacen creer que somos líderes de masas. Y cuando alguien nos lleva la contraria, no es que debatamos con ellos, no, es que montamos en cólera y somos capaces de mandar a la guillotina a cualquiera – ya no importan las afinidades ni el respeto, sólo importa el quedar por encima.
Pero no podemos extrañarnos. Al fin y al cabo, somos los nietos de una guerra civil – una de la que todo el mundo opina sin tener la más mínima idea (como el maestro liendre o el master of none). Un episodio de nuestro pasado que decimos querer olvidar pero que utilizamos de manera recurrente para insultar, menospreciar y ganar votos de cara a unas elecciones (como Trump usa sus armas, eso es). Va en nuestra naturaleza el ser cabezotas, tercos, impulsivos. El no querer entrar en razón y, si la cosa se pone negra, cargarnos a nuestro vecino o cuñado o hermano. Porque es mucho más importante llevar razón que sentarse a razonar. No nos gusta dialogar, no queremos dar nuestro brazo a torcer, no nos apetece demostrar que las posturas enfrentadas no tienen por qué no entenderse. No pierdes tu esencia si dialogas, al contrario, te engrandeces.
Lo que ocurre es que es muy humano ser vanidoso y dejarse llevar por las trampas de las redes sociales. Y, en lo que se refiere a noticias candentes, esa pizarra que es internet es demasiado golosa como para que no caigamos en la tentación. Con lo cual, si combinamos nuestro ego, las redes sociales, el anonimato y el auge del yo… tenemos una mezcla perfecta para el desastre. Porque nuestro genio interior se anima y le dice a todos por qué no saben de música, de cine o de política. Ese genio empieza a dar lecciones de cómo comportarse desde su púlpito, sabiendo a ciencia cierta que está en posesión de la verdad absoluta.
A lo mejor deberíamos empezar a escucharnos entre nosotros, a respetar las opiniones ajenas, a no creernos que una opinión que tengamos nos hace expertos de nada. Y no debemos olvidar que la ignorancia es atrevida, por lo que es muy probable que, cuanto más hablemos, más posibilidades tengamos de meter la pata hasta el fondo. Por eso, yo ya dejo de hablar y os dejo darle vueltas al tema. Ha sido un placer.
Muy bueno. Es una auténtica columna digna del mejor diario nacional. Y no, no es pasión paterna. Pero que opinen otros.
Me gustaLe gusta a 1 persona
Juan Luís, los diarios nacionales ya no son lo que eran. Tiene más prestigio tener un blog personal para decir cosas tan buenas.
Me gustaMe gusta
GRACIAS 🙂
Me gustaMe gusta
Me hace recordar un curso en el que el profesor decía una cosa y varios se metían en Internet y le rebatian todo. No les daba tiempo a leer más allá del título con lo que los errores garrafales que cometían eran enormes. Pero daba igual, en el descanso sólo recordaban como habían dejado pensando al profesor. No recordaban como este profesor les había hecho in zasca en toda la boca.
Sí, España es un país de listos, enterados y envidiosos.
Me gustaMe gusta