Elliot Alderson. Su monólogo interior. Eso es lo que tiene Brunetina todo el día en la cabeza gracias a la nueva serie de fsociety a la que se ha enganchado, sin comerlo ni beberlo. Ese protagonista huraño, solitario, inteligente, imprevisible, meticuloso, obsesivo, depresivo, con fobia social… hacker. Una persona compleja, esquiva y, a la vez, inexplicablemente buena. Que dirige todo sus hackeos a hacer el bien. O lo que él, al nivel de un semi-dios, considera que es lo bueno para todos los que le rodean. Y lo hace a través de una serie de acontecimientos narrados hacia su amigo imaginario (que eres tú) y gracias al más puro estilo Joyciano. Con el ya inventado stream of consciousness del modernismo que pocas veces se utiliza en algo que no haya sido una novela. Y ese mezclar frustraciones, deseos, miedos, anhelos… con situaciones cuasi reales te engancha, te atrapa, te hace partícipe de su locura. Te hace ser de su bando como si se tratara de tu amigo más íntimo, de uno muy inteligente al que perdonas todos sus tics porque confías en que tiene un plan maestro que hará del mundo un lugar mejor.
La informática – ese ámbito del que nada sabes y que, gracias a la serie, se te antoja más interesante. Los primeros días sientes miedo, de repente te vienen impulsos de eliminar todo rastro de tu persona en cualquier red social. Pero luego piensas que… se trata de una serie nada más, que no existen personas hackeando toda tu info a diario (¿o sí?). Te quedas con un regusto amargo en la boca y la mosca detrás de la oreja – ya no estás segura de estar a salvo en la red. No haces más que comprobar si está bien tapado el objetivo de la cámara de tu portátil. Elliot empieza a contagiarte sus compulsiones (como todo amigo íntimo, ya te pega sus defectos, sus manías, sus vicios). Y, de repente, te da pena no haber prestado más atención en tus clases de informática, no haberle dedicado más tiempo a ese lenguaje que se despliega ante tus ojos sin que seas capaz de descifrarlo sin la ayuda de los protagonistas de la serie.
La soledad – la que todos sentimos, como seres sociales que necesitamos de la compañía, el apoyo y el amor de nuestros semejantes. Esa es la que corroe a Elliot, su talón de Aquiles, el mayor de sus males. La que lo lleva a adicciones que intuyes que no podrán traerle nada bueno, pero que le perdonas porque estás tan dentro de su mente que justificas cualquier cosa que haga para sentirse menos azotado por la vida, por la ausencia de personas con las que conectar realmente. Un genio como él no puede evitar ser huraño. Una mente superior que conoce los movimientos y las más bajas pulsiones de todos los que le rodean es incapaz de confiar en nadie. Es un precio que paga por llevar sobre sus hombros el peso de la información robada para intentar hacer de justiciero.
Tus miedos – el que tienes a estar loco. ¿No lo tienes? Piénsalo, más de una vez habrás dicho alguna frase del tipo: «hay que ver, estoy perdiendo la cabeza». Y a Elliot le pasa igual. La única diferencia es que él te lo está confesando con total sinceridad. Como eres su amigo imaginario, no tiene ningún tipo de reservas contigo, se expresa con total libertad, no tiene miedo a que emitas juicios de valor (no puedes). Y ese miedo a estar loco que tienes, como él, te hace respetarlo más. Es un ser vulnerable, necesitado de cariño, que en muy contadas ocasiones hace ver esas debilidades a sus semejantes. Pero los que quieren hacerle daño saben cómo, saben que alguien como él debe echar de menos a su familia y consiguen de él cosas precisamente porque intenta proteger a los pocos que le rodean. Es una persona íntegra, honesta, honrada, fiel. Te ves alabando esas virtudes en un hacker. Pero para ti ya no es un hacker: es tu amigo.
La libertad – esa que nunca sabemos definir correctamente. La que a veces confundimos con libertinaje. Pero, en este caso, se trata de liberar a las personas globalmente, a la sociedad, al ser humano. ¿De qué? De sus deudas, de los que los aprisionan. Pero, en realidad, se trata de liberar al ser humano de sus propias miserias y vilezas. Porque la sociedad la crean las personas y el hombre es un lobo para el hombre. Por lo tanto, te sientes empujado por el afán de Elliot, motivado por sus razones, animado por sus intenciones. Aunque, en esos momentos en los que duda de su objetivo final, te contagia sus miedos. ¿Acaso existe la posibilidad de ser libres? ¿Se puede conseguir? ¿No sería salir de una forma de vivir en sociedad para pasar a ser esclavos ciegos de otra? ¿Merece el ser humano ser salvado o tiene más sentido dejarlo adormecido en su vida miserable?
El fin del orden establecido – ese del que nos quejamos tanto a veces y que no sabemos cómo cambiar. Ese que nos atrae y repele a partes iguales. Se te siembra la semilla de la duda y te quedas pensando en si tiene sentido lo que propone, en si la forma de hacerlo es la correcta, en cuáles pueden ser los daños colaterales. ¿Sabes en qué más? Piensas si realmente los malos son tan malos y los buenos son tan buenos. ¿No se trata simplemente del color del cristal con que se mira? Ya no sabes si pensar que todo es blanco o negro, o si la vida se sucede más bien en distintas tonalidades de grises.
Y te empieza a dar vueltas la cabeza, y te agobias, te frustras, te alteras. Te lo ha contagiado. Ha conseguido hacer que te preocupes por las mismas cosas que él. Tu amigo imaginario te ha llevado justo donde quería. Te ha hecho levantarte del sofá y cuestionarte todo lo que dabas por hecho.
Rami Malek. Ay, Rami.