Ponte en su piel

Ponte en mi piel, eso te diría él. Estás cansada de rodeos, de que no hable, de que hable de cosas inconsistentes, de que no conteste, de que llame en exceso, de que no verbalice lo que le pasa, de que sea hermético. Que sí, que estás cansada de muchas cosas. Pero tienes ese amigo de toda la vida que te dice de buenas a primeras (harto de tus quejas, súplicas y lamentos): ven conmigo, dame la mano, siéntate aquí y deja que te cuente. Por una vez: ponte en mi piel.

Cuando naciste, te mimaron. Eras la princesa de la casa, te vestían de rosa y te regalaban peluches. Te daban besos y abrazos y corrían a auxiliarte cada vez que llorabas: cuando te caías saltando a la comba o cuando tu amiga del alma no te quería dar gusanitos. Lo hacían y te consolaban porque era lo normal. ¿Sabes lo que es oír que los chicos no lloran? ¿Te imaginas que cuando llorabas tus amigas se hubieran reído de ti? ¿Te hubieran llamado «niña» y te hubieran ridiculizado? Claro que eso iba a ser poco comparado con los balonazos, motes o insultos que te iban a dedicar. Porque no puedes ser blandito, tú no lloras, tú no tienes sentimientos… tú eres un niño y los niños no lloran. Eso lo hacen las niñas, no lo olvides. ¿Acaso has visto llorar a tu padre? Claro que no, porque es un hombre. ¿A que a tu madre sí la ves llorar? Ya, pero es que ella es sensible y cariñosa. Es una mujer, entiéndelo y no lo cuestiones. Ella expresa sus sentimientos abiertamente, de hecho, a veces no se le tiene en cuenta que lo haga en exceso porque… puede que esté en uno de sus días del mes. Pero ese es otro tema y todavía eres demasiado joven para comprenderlo.

Y van pasando los años. Y como empezaron pronto a explicarte cómo funciona el mundo: aprendes. Vaya que si aprendes: eres el más duro del patio del colegio. Y juegas al fútbol, y metes goles, y vas en la bici haciendo el loco, y dices tacos (los primeros que vas aprendiendo), y te ríes de las niñas, y le haces muecas a la seño cuando no mira (es una mujer, no debes respetar su autoridad), y llegas a casa siempre con la ropa llena de barro de pelearte con tus amigos. Y, ante todo, te ríes de los blanditos del cole. Eso es primordial. Eres el macho alfa: toca reírse del que es menos tosco, menos bruto, menos callejero, menos arriesgado, menos hombre. Porque de eso se trataba, ¿no? De ser muy bruto, de no sentir (o no hacerlo ver) y de ganar en todo lo que suponga un enfrentamiento físico. Y te premian por ello porque te lo has aprendido de memoria. Vaya que si lo sabes… cualquiera diría que de niño se rieron de ti por llorar al caerte en un charco y ponerte perdido de fango. De ese niño no queda nada – ya te has encargado tú de enterrarlo en el olvido.

Luego llega la adolescencia y las hormonas toman el mando. Eso ya no tiene freno. Porque antes podías decir que eras tú quien escogía ser chulo o duro o viril, pero es que ahora no te queda más remedio. No haces más que vivir cambios y ahora… o te haces un hombre o te quedas fuera de la manada. Así que te armas de valor y dejas que manden las hormonas. Tus primeras borracheras, tu primer cigarro y la bici pasa al olvido: ahora necesitas una moto. Para que te respeten tus amigos (ante todo) y para ir al botellón, hacer el caballito, ir sin casco (obvio) y ligar. Porque esas niñas de las que te llevas riendo desde pequeño ahora resulta que te gustan. Ya no son tan niñas, claro y la atracción es obvia. Pero es muy importante que te fijes en la que tiene más: tetas, culo o ganas de juerga. Porque a ver quién te respeta si te fijas en la tímida de la clase. Pero, oye, nada como llegar al grupo y decir que te has ido con la que tiene más de la clase. No me hagas entrar en detalles porque sabes perfectamente a lo que me refiero. Y en casa… intratable. No dejas que te tosan, tu madre es una histérica insoportable y tu padre un chulo que se cree que puede darte órdenes. Que les hables, te dicen. ¿Que les hables de qué? Si no te pasa nada. ¿Se creen que eres una cría? Pasando de ellos, a hacer lo que te dé la gana. No te entienden, son unos carcas. Además, recuerda: cuanto más duro, más te respetan.

Y van pasando los años y vuelves a ser tú. Más maduro, quizás (eso es cuestionable), pero intrínsecamente tú. Ya se pasó la rebeldía, ya te acostumbraste a tu cuerpo (que por fin dejó de estar dominado por las hormonas) y ya te importa menos lo que dice la manada. Ahora te interesan más los amigos cercanos y te importa menos la visión externa que se pueda tener de ti. Aunque, tampoco exageremos, no quieres que te tomen por una nenaza. Eso es algo que se te grabó a fuego de pequeño. Te lo aseguro, no se olvida. Y… te enfrentas a la realidad. A que ahora lo que se lleva es mostrar los sentimientos. ¿Qué sentimientos? En serio, te van a volver loco. Toda la vida aprendiendo a ser duro para que ahora te digan que lo realmente atractivo es un hombre sensible. ¿Sensible? Por favor, ponte en mi piel: ¿tú serías capaz de acertar con las mujeres? Porque sois un misterio, créeme. Si les abres la puerta, eres un antiguo. Si las invitas a cenar, un clásico. Si las acompañas a casa, eso es que tienes otras intenciones no confesables. Pero si pasas tú primero eres un maleducado. Si no invitas, un rata. Si las dejas irse solas, un egoísta que no se preocupa por ellas. Y qué decimos del teléfono; eso ya es indescifrable. Si escribes, es que no tienes valor de llamar. Si llamas, es que la estás agobiando, Si es al día siguiente: un desesperado que no tiene vida y no sabe ligar. Si esperas varios días: un chulo que sabe jugar demasiado bien sus cartas. Y así hasta decir basta. Y nunca sabes cómo acertar. Porque, hagas lo que hagas, metes la pata. Eres un salido o un rata o un antiguo o un pardillo. La cuestión es que nunca estás a la altura, pero todo esto te ocurre a la vez que el universo entero espera que seas tú quien dé el primer paso. Y, dime tú a mí, ¿qué paso es el que tengo que dar? ¿No te parece normal que me bloquee? ¿No crees que llevo toda la vida intentando adaptarme a lo que se esperaba de mí y ahora estoy inhabilitado para leer mentes? ¿Crees que es fácil ser yo? Entiéndeme: estoy paralizado.

Así que, piensa en todo lo que te acabo de contar. Y la próxima vez que vayas a poner verde a un chico, reflexiona: ¿crees que es sencillo para él? Hazle un favor, te lo pido: ponte en su piel.

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