Brunetina y la soberbia

Una cucharadita para probar, que eso no hace daño a nadie. Mmmm, qué rico. Hay que ver lo buena que me queda la carbonara, piensa Brunetina. Bueno, un momento, que le falta el toque final. ¿Dónde está el pecorino? Mira, menos mal que lo saqué del frigo hace unas horas. Vale, pues rallador… toque de queso y punto de pimienta. Venga, a la mesa. No se me enfríe la comida. Lo que no me explico es cómo Óscar y Marta no han querido pasarse a comer. Que están a dieta, dicen. Que la carbonara no les apasiona. ¿Qué no les apasiona? ¡Eso es que no han tomado la mía! Con su pasta al dente recién traída de Italia, su queso de importación, el huevo batido,  su pimienta gourmet… ¡si es que no le falta de nada! Claro, qué sabrán ellos de comida. Porque, no nos engañemos, mi carbonara es la mejor que he probado nunca. Aunque no está hecha la miel para la boca del asno.

Brunetina se sirve otro vaso de Lambrusco… bien frío, helado. Mmmm, qué rico. Que digo yo: ¿cómo van a tener paladar si ni siquiera saben vestir? Que, esa es otra, ni gusto tienen con la ropa. Igualito que yo, que no me falta detalle: los salones, los pitillos, la blusa, el collar, los pendientes… ¡hasta la lencería de marca! De La Perla, ni más ni menos. Claro, ellos no saben lo que es una marca. No tienen ni idea. Si es que, de donde no hay, no se puede sacar. No sé qué se me pasó por la cabeza cuando los invité la otra noche. A veces pienso demasiado en los demás. Si es que no se puede ser tan buena. ¿Cómo van a venir a comer si me tienen envidia?

Brunetina se pasea por el salón de su ático descalza, sintiendo bajo sus pies de pedicura impoluta la alfombra nazarí herencia directa de su bisabuela (sí, la misma que le regaló su primer 2.55). Se sienta en su Eames Lounge Chair, sube los pies, enciende su tele de 75 pulgadas. La verdad: no los culpo. ¿Cómo no me van a tener envidia? Mira a su alrededor haciendo recuento del salón: muebles de diseño, techos altos estilo industrial, televisor de último modelo, tocadiscos vintage, equipo de música de alta definición, vitrina llena de recuerdos de sus viajes por el mundo. Pensándolo bien, mejor que no vengan. Que encima iba a tener que darles conversación. Y, ¿de qué hablamos? De comida, no – porque no tienen paladar. De moda, tampoco – no saben vestir. De sus viajes… ¿qué viajes? Si no han salido del país. Creo que si tienen que pasar una frontera no saben ni cómo ni dónde sacarse el pasaporte.

El pasaporte, piensa Brunetina, ¿dónde lo guardé cuando vine de Tailandia? ¡Ah, sí! Está en la cajita de Marrakech. Por cierto, ¿qué fue de ese chico del avión? Javi, era. Tanto escribir para luego desaparecer como si nada. Qué barbaridad, quién lo diría. Los buenos días, las buenas noches… y todas las horas del día. Tanta intensidad para luego desaparecer como alma que lleva al diablo. Vamos, que tampoco pasa nada. Era obvio que no era lo suficiente hombre para una mujer como yo. Claro, ¿quién lo es? Es que los hombres me tienen miedo, soy la mujer burbuja. Si se acercan demasiado, me rompo y desparezco. No hay duda de que era poco para mí. Anda que me voy a preocupar yo por un tío, ¡sólo me faltaba! No pienso ir detrás de nadie. Si acaso, que me busquen. Y si tengo tiempo, los atiendo. Que lo mismo no tengo ni tiempo. Este cuerpo, esta clase, esta mente… no están hechos para cualquiera. La mayoría ni sabe apreciarlo.

Le suena el móvil, Brunetina mira su iPhone 6S con desgana. Anda, pero si es la pesada de Alicia. No sé por qué insiste escribiendo. Si ya le dije que no quería saber nada de ella. Que no me importa su vida ni quiero saber nada de sus rollos. Ni de su trabajo, ni de su novio, ni de su perro… ni de nada. No quiere entender que me da igual lo que me cuente. Y no la bloqueo porque tengo muchas mejores cosas que hacer. Pero no le pienso contestar. ¡Ni loca! Vamos, sólo de pensar lo que me dijo la última vez que hablamos. No le pienso hablar en los días que me queden de vida. Ni una palabra ni un mensaje. ¡Nada! Vamos, pensar que me llamó soberbia. ¿Soberbia? ¿Yo?

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